Aquella tarde, ya en casa, no tenía nada que hacer.
En principio, iba a salir a con Julia a correr, como cada martes, pero en el
camino de vuelta me había confesado que se lo había propuesto a Marcos y este
había aceptado. Así que me negué en redondo a ir.
Y aquí
estaba ahora, completamente aburrida. Di una vuelta en la silla giratoria de mi
cuarto, pensando qué podría hacer. Lo cierto es que me apetecía bastante dar
una vuelta, hacer ejercicio. ¿Por qué no?, pensé. Podía salir perfectamente yo
sola.
Así que me
dirigí al armario y me puse el chándal y las zapatillas de atletismo. Cogí el
móvil, las llaves y el reproductor de música y lo metí todo en el bolsillo de
mi sudadera azul.
Salí de
casa y, en el ascensor, me crucé con mi hermano Lucas.
-¿A dónde
vas? –me preguntó.
-Voy a
correr un rato. Diles a papá y mamá que no llegaré tarde, ¿vale?
-Tranquila.
Sonreí y le
di un beso en la mejilla.
Una vez fuera, me puse los cascos y encendí
la música a todo volumen. Comencé a correr sin rumbo fijo, marcándome un ritmo
bastante rápido.
Sentí curiosidad por saber cómo le habría
ido a Julia en su primera tarde a solas con Marcos y saqué el móvil para
teclear rápidamente un mensaje. Esperé de verdad que se lo hubiera pasado bien.
Quizá debiera intentar darle una oportunidad, aunque solo fuera por complacer
un poco Julia. Si a ella le caía tan bien, ¿por qué a mí no? A lo mejor me
estaba pasando un poco con él.
Sentí el teléfono vibrar y leí rápidamente
la contestación de Julia: “De maravilla, me está acompañando a casa y luego se
va él corriendo a la suya. Qué atento… ¡y deportista! Vive bastante lejos. No
te enfades por haberlo invitado, anda. Te quiero.”
No pude evitar reírme al pensar en lo feliz
que estaría Julia y en la cara que habría puesto cuando Marcos se había
ofrecido a dejarla en el portal, como en las películas románticas que ella y yo
veíamos algunos domingos.
Fui a contestarle, pero me di cuenta de que
tenía el cordón de la zapatilla desatado, así que me paré y me agaché para
atarlo.
De pronto, vi por el rabillo del ojo unos
pies que se pararon a escasos metros de mí y me giré para ver a un hombre alto,
todo vestido de negro, que me miraba fijamente.
Me levanté despacio, aún observándole, y su
mirada subió conmigo. Comencé a asustarme, ya que aquella no era una vía muy
transitada y ya estaba oscureciendo. Retrocedí de espaldas lentamente y aquel
hombre avanzó conmigo. Empecé a avanzar más y más rápido, hasta que finalmente
me di la vuelta y eché a correr.
Mi corazón latía desbocado por el miedo y la
velocidad de la carrera. Pensé en cómo llegar a algún lugar en el que hubiera
más gente, pero ninguna de las zonas de alrededor era demasiado popular, menos
un día de diario por la tarde.
Pero corrí. Corrí sin cesar, sintiendo a
aquel hombre persiguiéndome, ganando terreno demasiado deprisa. Sentí el
pinchazo del flato agudizándose en mis costillas, haciéndose insufrible, pero
no podía parar. No sabía lo que aquel extraño quería hacerme, pero nada bueno,
eso seguro.
Mi mente trabajaba a toda velocidad,
buscando posibles vías de escape. Vi una esquina aproximarse y vi en ella una
posibilidad de despistarlo, si conseguía cogerle un poco más de ventaja…
Aceleré el ritmo, nunca había corrido tan rápido.
Alcancé la esquina y volví la vista para ver
a qué distancia estaba mi perseguidor, pero antes de que alcanzara a verlo,
choqué con otra persona que me agarró firmemente, haciéndome daño en los
brazos. Cuando aún no le había visto la cara, me pusieron un paño húmedo sobre
la nariz y la boca y, poco a poco, se me nubló la visión hasta que caí
desmayada sobre mi secuestrador.
Todo estaba negro. La oscuridad más absoluta
reinaba a mi alrededor. Estaba tumbada boca arriba sobre algo muy incómodo.
Noté una correa alrededor de mis muñecas y tobillos e intenté zafarme. Tiré con
todas mis fuerzas, que en aquellos momentos no eran muchas, me revolví e hice
todo cuanto pude, pero aquellos trozos de cuero ni siquiera se dieron de sí.
Grité con todas mis fuerzas, pataleé e
intenté escapar hasta que no me quedaron más fuerzas.
Habían pasado lo que no supe si fueron diez
minutos o dos horas, cuando alguien entró y encendió la luz.
Entrecerré los ojos hasta que me acostumbré
a la claridad de nuevo. Fue entonces cuando me di cuenta de que veía todo
completamente borroso: no era capaz de distinguir nada más allá del contorno de
las cosas.
Escuché pasos acercándose y me incorporé,
para ver a dos manchas borrosas arrastrando algo inerte a lo largo de la enorme
habitación circular, con montones de aparatos tecnológicos repartidos a lo
largo de la sala.
Intenté distinguir los rostros de aquellos
hombres cuando se acercaron a mí, pero el velo que cubría mi visión me lo
impidió. Esos extraños, dejaron a aquel “algo inerte” que arrastraban sobre lo
que me pareció otra camilla situada junto a la mía. Lo que dejaron era otra
persona, por lo que llegué a divisar, un chico.
Volví a sumirme en la inconsciencia
De nuevo, en un intervalo de tiempo
desconocido, me desperté. Bueno, en realidad me despertaron los gritos que
procedían de la camilla de al lado. Me giré, pero las luces volvían a estar
apagadas, así que tuve que conformarme con los sonidos que provocaba el
forcejeo.
Entonces, volvió a abrirse la puerta y se
encendieron las luces. Maldije por lo bajo, pues mi visión seguía siendo
borrosa.
-Creo que ya podemos –dijo uno de los dos
hombres que habían entrado.
-De acuerdo, ve a prepararlo –contestó el
otro.
Y el que había hablado primero, abandonó la
sala.
-Tengo entendido que me escucháis, así que,
por vuestro bien, prestad mucha atención –el chico de al lado paró de moverse-.
Bien hecho.
-¿Qué vais a hacernos? –dijo.
-Formáis parte de un experimento realizado
con la especie humano. Desde hace años se conoce que el potencial humano no
está mínimamente aprovechado y se ha estado investigando en ello. ¿Cómo
conseguir el pleno uso del cerebro y el físico? Porque, como bien sabréis, no
usamos sino, aproximadamente, un cuarenta por ciento de nuestra capacidad
cerebral… Pues bien, hemos hallado la manera, pero para comprobarlo necesitamos
personas, y habéis sido elegidos.
-¿Por qué nosotros? –conseguí decir. Notaba
la boca pastosa y me costaba pronunciar.
A nuestro interlocutor pareció gustarle la
pregunta.
-Evidentemente, se ha realizado un estudio
previo, pues no podíamos escoger a alguien con escasas facultades… Y vosotros
sois lo más perfecto que hemos
encontrado: poseéis cuerpos atléticos y mentes inteligentes, más que la
mayoría.
En aquel momento entró en la sala otra
persona, supuse que el que se había marchado antes. Venía con un maletín de
tamaño considerable, que puso sobre una mesa entre ambas camillas.
Mientras el hombre sacaba lo que parecían
unas enormes jeringuillas con un líquido verde fosforito dentro, su compañero
empezó a hablar de nuevo.
-Os vamos a dormir de nuevo y os
despertaréis en vuestras respectivas casas. Pero antes de eso, solamente una
advertencia. Sois, por así decirlo, un proyecto de alto secreto y, por eso, os
mantendremos vigilados, para analizar vuestra evolución… y asegurarnos de que no
le contáis absolutamente nada de esto a nadie. Con esto, quiero deciros que tan
fácil nos ha sido mantener este enorme experimento en secreto, como lo sería fingir
dos muertes, supuestamente accidentales, ¿me entendéis?
Me estremecí, y fui a contestarle algo, cuando
un grito hizo que las palabras se congelaran en mis labios. Me giré, y vi que el
hombre de la jeringuilla estaba inyectándole aquel líquido verde al otro chico,
el cual había proferido ese espeluznante grito.
Fue entonces
cuando me di cuenta de que estaba llorando. Temblaba violentamente cuando alguien
me puso de nuevo un pañuelo sobre la boca, que fue adormeciéndome poco a poco.
Pero, antes de que estuviera del todo inconsciente,
noté un pinchazo horrible en el antebrazo. No pude evitar gritar mientras me quedaba
dormida. Y, mientras se me cerraban los ojos, me pregunté si aquello sería un sueño,
o más bien una pesadilla.
En el caso de que no lo fuera, me pregunté qué
iba a ser de mí.