martes, 7 de febrero de 2012

Capítulo 1.5


   Aquella tarde, ya en casa, no tenía nada que hacer. En principio, iba a salir a con Julia a correr, como cada martes, pero en el camino de vuelta me había confesado que se lo había propuesto a Marcos y este había aceptado. Así que me negué en redondo a ir.
   Y aquí estaba ahora, completamente aburrida. Di una vuelta en la silla giratoria de mi cuarto, pensando qué podría hacer. Lo cierto es que me apetecía bastante dar una vuelta, hacer ejercicio. ¿Por qué no?, pensé. Podía salir perfectamente yo sola.
   Así que me dirigí al armario y me puse el chándal y las zapatillas de atletismo. Cogí el móvil, las llaves y el reproductor de música y lo metí todo en el bolsillo de mi sudadera azul.
   Salí de casa y, en el ascensor, me crucé con mi hermano Lucas.
   -¿A dónde vas? –me preguntó.
   -Voy a correr un rato. Diles a papá y mamá que no llegaré tarde, ¿vale?
   -Tranquila.
   Sonreí y le di un beso en la mejilla.
   Una vez fuera, me puse los cascos y encendí la música a todo volumen. Comencé a correr sin rumbo fijo, marcándome un ritmo bastante rápido.
   Sentí curiosidad por saber cómo le habría ido a Julia en su primera tarde a solas con Marcos y saqué el móvil para teclear rápidamente un mensaje. Esperé de verdad que se lo hubiera pasado bien. Quizá debiera intentar darle una oportunidad, aunque solo fuera por complacer un poco Julia. Si a ella le caía tan bien, ¿por qué a mí no? A lo mejor me estaba pasando un poco con él.
   Sentí el teléfono vibrar y leí rápidamente la contestación de Julia: “De maravilla, me está acompañando a casa y luego se va él corriendo a la suya. Qué atento… ¡y deportista! Vive bastante lejos. No te enfades por haberlo invitado, anda. Te quiero.”
   No pude evitar reírme al pensar en lo feliz que estaría Julia y en la cara que habría puesto cuando Marcos se había ofrecido a dejarla en el portal, como en las películas románticas que ella y yo veíamos algunos domingos.
    Fui a contestarle, pero me di cuenta de que tenía el cordón de la zapatilla desatado, así que me paré y me agaché para atarlo.
   De pronto, vi por el rabillo del ojo unos pies que se pararon a escasos metros de mí y me giré para ver a un hombre alto, todo vestido de negro, que me miraba fijamente.
   Me levanté despacio, aún observándole, y su mirada subió conmigo. Comencé a asustarme, ya que aquella no era una vía muy transitada y ya estaba oscureciendo. Retrocedí de espaldas lentamente y aquel hombre avanzó conmigo. Empecé a avanzar más y más rápido, hasta que finalmente me di la vuelta y eché a correr.
   Mi corazón latía desbocado por el miedo y la velocidad de la carrera. Pensé en cómo llegar a algún lugar en el que hubiera más gente, pero ninguna de las zonas de alrededor era demasiado popular, menos un día de diario por la tarde.
  Pero corrí. Corrí sin cesar, sintiendo a aquel hombre persiguiéndome, ganando terreno demasiado deprisa. Sentí el pinchazo del flato agudizándose en mis costillas, haciéndose insufrible, pero no podía parar. No sabía lo que aquel extraño quería hacerme, pero nada bueno, eso seguro.
   Mi mente trabajaba a toda velocidad, buscando posibles vías de escape. Vi una esquina aproximarse y vi en ella una posibilidad de despistarlo, si conseguía cogerle un poco más de ventaja… Aceleré el ritmo, nunca había corrido tan rápido.
   Alcancé la esquina y volví la vista para ver a qué distancia estaba mi perseguidor, pero antes de que alcanzara a verlo, choqué con otra persona que me agarró firmemente, haciéndome daño en los brazos. Cuando aún no le había visto la cara, me pusieron un paño húmedo sobre la nariz y la boca y, poco a poco, se me nubló la visión hasta que caí desmayada sobre mi secuestrador.

   Todo estaba negro. La oscuridad más absoluta reinaba a mi alrededor. Estaba tumbada boca arriba sobre algo muy incómodo. Noté una correa alrededor de mis muñecas y tobillos e intenté zafarme. Tiré con todas mis fuerzas, que en aquellos momentos no eran muchas, me revolví e hice todo cuanto pude, pero aquellos trozos de cuero ni siquiera se dieron de sí.
   Grité con todas mis fuerzas, pataleé e intenté escapar hasta que no me quedaron más fuerzas.
   Habían pasado lo que no supe si fueron diez minutos o dos horas, cuando alguien entró y encendió la luz.
   Entrecerré los ojos hasta que me acostumbré a la claridad de nuevo. Fue entonces cuando me di cuenta de que veía todo completamente borroso: no era capaz de distinguir nada más allá del contorno de las cosas.
   Escuché pasos acercándose y me incorporé, para ver a dos manchas borrosas arrastrando algo inerte a lo largo de la enorme habitación circular, con montones de aparatos tecnológicos repartidos a lo largo de la sala.
   Intenté distinguir los rostros de aquellos hombres cuando se acercaron a mí, pero el velo que cubría mi visión me lo impidió. Esos extraños, dejaron a aquel “algo inerte” que arrastraban sobre lo que me pareció otra camilla situada junto a la mía. Lo que dejaron era otra persona, por lo que llegué a divisar, un chico.
    Volví a sumirme en la inconsciencia

   De nuevo, en un intervalo de tiempo desconocido, me desperté. Bueno, en realidad me despertaron los gritos que procedían de la camilla de al lado. Me giré, pero las luces volvían a estar apagadas, así que tuve que conformarme con los sonidos que provocaba el forcejeo.
   Entonces, volvió a abrirse la puerta y se encendieron las luces. Maldije por lo bajo, pues mi visión seguía siendo borrosa.
   -Creo que ya podemos –dijo uno de los dos hombres que habían entrado.
   -De acuerdo, ve a prepararlo –contestó el otro.
   Y el que había hablado primero, abandonó la sala.
   -Tengo entendido que me escucháis, así que, por vuestro bien, prestad mucha atención –el chico de al lado paró de moverse-. Bien hecho.
   -¿Qué vais a hacernos? –dijo.
   -Formáis parte de un experimento realizado con la especie humano. Desde hace años se conoce que el potencial humano no está mínimamente aprovechado y se ha estado investigando en ello. ¿Cómo conseguir el pleno uso del cerebro y el físico? Porque, como bien sabréis, no usamos sino, aproximadamente, un cuarenta por ciento de nuestra capacidad cerebral… Pues bien, hemos hallado la manera, pero para comprobarlo necesitamos personas, y habéis sido elegidos.
   -¿Por qué nosotros? –conseguí decir. Notaba la boca pastosa y me costaba pronunciar.
   A nuestro interlocutor pareció gustarle la pregunta.
   -Evidentemente, se ha realizado un estudio previo, pues no podíamos escoger a alguien con escasas facultades… Y vosotros sois lo más perfecto que hemos encontrado: poseéis cuerpos atléticos y mentes inteligentes, más que la mayoría.
    En aquel momento entró en la sala otra persona, supuse que el que se había marchado antes. Venía con un maletín de tamaño considerable, que puso sobre una mesa entre ambas camillas.
   Mientras el hombre sacaba lo que parecían unas enormes jeringuillas con un líquido verde fosforito dentro, su compañero empezó a hablar de nuevo.
   -Os vamos a dormir de nuevo y os despertaréis en vuestras respectivas casas. Pero antes de eso, solamente una advertencia. Sois, por así decirlo, un proyecto de alto secreto y, por eso, os mantendremos vigilados, para analizar vuestra evolución… y asegurarnos de que no le contáis absolutamente nada de esto a nadie. Con esto, quiero deciros que tan fácil nos ha sido mantener este enorme experimento en secreto, como lo sería fingir dos muertes, supuestamente accidentales, ¿me entendéis?
   Me estremecí, y fui a contestarle algo, cuando un grito hizo que las palabras se congelaran en mis labios. Me giré, y vi que el hombre de la jeringuilla estaba inyectándole aquel líquido verde al otro chico, el cual había proferido ese espeluznante grito.
    Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba llorando. Temblaba violentamente cuando alguien me puso de nuevo un pañuelo sobre la boca, que fue adormeciéndome poco a poco.
   Pero, antes de que estuviera del todo inconsciente, noté un pinchazo horrible en el antebrazo. No pude evitar gritar mientras me quedaba dormida. Y, mientras se me cerraban los ojos, me pregunté si aquello sería un sueño, o más bien una pesadilla.
   En el caso de que no lo fuera, me pregunté qué iba a ser de mí.