martes, 8 de enero de 2013

Capítulo 3.2


Las luces de neón comenzaban a marearme, o quizás era por el efecto de la inapropiada mezcla de alcoholes que había hecho. Estaba bailando alegremente con un chico alto y guapo, rubio de ojos verdes, al que había conocido al inicio de la noche. Se llamaba Juan, y me había confesado que era gay. Por eso bailaba con él, para remitir el complejo de culpabilidad que me entraba si me paraba a pensar en…
Jaime.
De pronto lo vi al otro lado de la sala, con un grupo de chicas a su alrededor riéndose tontamente, intentando llamar su atención, pero él mantenía sus ojos fijos en mí a través de la multitud. La verdad es que era muy guapo, con el pelo negro y revuelto, con aquella expresión seria que raramente veía en él, solo cuando estaba realmente preocupado… o enfadado.
-Ahora vuelvo –murmuré.
Juan no me escuchó, y cuando me vio alejarme dejó de bailar un instante, confundido. Pero no me dirigía hacia Jaime, sino hacia el lado contrario, hacia la salida. Necesitaba unos segundos para pensar antes de hablar con él. Sabía que no iba a ser una conversación entrañable. Me había pillado bailando borracha con un chico al que no conocía, a las tres de la mañana, en un local para mayores de edad. Pero, ¿qué hacía él aquí? Rogué por que hubiera sido una casualidad y no me hubiera estado buscando, porque significaría que mis padres le habían pedido que lo hiciera.
Entregué apresurada la ficha en la consigna y me entregaron el bolso y la americana. Me los puse y salí a la gélida noche de Madrid. Me abracé a mí misma y suspiré. La euforia provocada por el alcohol se había esfumado de golpe y solo quedaba un mareo y una inestabilidad que se acentuaba por culpa de los tacones.
Me alejé a cierta distancia de la entrada del local, porque no quería que el guardia de seguridad de la entrada se divirtiera a costa de la inminente escena.
Y, medio minuto después, ahí estaba. Me había seguido a través de la gente, como sabía que haría. Miró hacia la derecha, furioso, y al no ver nada se giró hacia la izquierda, clavando sus ojos directamente en mí. Su expresión se suavizó un instante al verme, pero pronto volvió a tensarse.
Avanzó a grandes zancadas hacia mí. Cuando llegó a donde estaba, me agarró fuertemente por un brazo y me llevó casi arrastrándome hasta una calle más estrecha. Si no fuera porque pocas cosas podían hacerme daño, él me habría dejado un buen moratón por la fuerza con la que me tenía cogida.
Doblamos la esquina y salimos de la calle principal en la que estaba el local. Me puso con la espalda apoyada en la pared y pensé que nunca lo había visto tan enfadado, y que lo que me había imaginado no era ni la mitad de lo que me esperaba.
Miraba de un lado a otro, pasándose las manos por el pelo continuamente, demasiado furioso para articular palabra. Mientras, yo lo miraba fijamente, asustada.
-Jaime, yo… -murmuré.
Se paró en seco, y me fulminó con la mirada.
-¿Tienes idea…? ¿Tienes idea de lo que he pasado estas tres últimas horas, Belén? –masculló, intentando contener su ira- Me ha llamado tu madre llorando, Belén, diciendo que no sabía dónde estabas, que no contestabas al móvil.
Abrí la boca para replicar, pero caí en la cuenta que, desde que había dejado el bolso en el guardarropa horas atrás, hasta entonces, no había mirado el móvil. Y le había prometido a mamá volver pronto… Me callé y dejé que continuara. Había vuelto a moverse nerviosamente de un lado para otro.
-Te he cubierto –abrí mucho los ojos, mirándolo sorprendida-. Les he dicho que sabía dónde estabas y con quién. Que iría a buscarte tranquilamente, que estaba todo bien, que seguramente te habrías quedado sin batería.
-¿Por qué has hecho eso?
Me miró con los ojos brillantes, intensos, durante unos instantes. Finalmente, se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y miró hacia otro lado.
-No quería que llamaran a la policía ni que se preocuparan. Pero claro…-comenzó a murmurar evitando constantemente mi mirada-, yo no sabía nada. Podrías haber estado en cualquier lado, con cualquier persona… He estado buscándote desde las doce, Belén, y son las tres. Y de pronto te encuentro bailando con el chulo de turno, completamente borracha.
-Era gay –le interrumpí.
-Lo que quiero decir –dijo con los ojos cerrados, pareciendo de pronto muy cansado-, es que podría haber pasado cualquier cosa, ¿cómo demonios se te ocurre salir sola de noche, sin decir nadie a dónde vas?
-Solo quería divertirme.
Pegó un fuerte puñetazo en la pared, a la derecha de mi cabeza.
-¡Joder, Belén! ¡¿Tienes idea de lo que he pasado esta noche?!
Agaché la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada un segundo más, notando cómo las lágrimas luchaban por salir. Estaba claro que no podía decirle que nada podría haberme pasado, que solo había una persona en todo el planeta capaz de hacerme daño físicamente, y este estaba con mi mejor amiga.
-¿Por qué lo has hecho? –inquirió en un tono suave, libre de furia, pero profundamente dolido- Contéstame, ¿por qué?
Dio un paso hacia mí y me cogió la barbilla con la mano, obligándome a mirarlo.
-¿Por qué? –susurró de nuevo.
-Me sentía sola –contesté dejando escapar un par de lágrimas.
Pude ver reflejado en su rostro la sorpresa que sentía. Mi respuesta lo había desconcertado.
-¿Por qué? –repitió.
-Marcos y Julia están juntos.
Frunció el ceño ante la noticia. De pronto, abrió mucho los ojos, horrorizado.
-No estarás…enamorada de Marcos, ¿no?
-No –aseguré-. Pero tengo miedo… de que Julia se aleje de mí…
-Sabes que eso no va a suceder –me interrumpió.
-Y porque todo el mundo parece tener a alguien –continué sin hacerle caso. Omití el motivo más importante de todos y, es que, al parecer, yo sentía las cosas con mayor intensidad que el resto. Me sentía estúpida habiendo montado todo aquel numerito por una tontería y, sin embargo, la sensación de malestar volvía al pensar en el tema.
Suspiró, y me miró con ternura. Me atrajo hacia sí y me hundí en su pecho, sintiéndome reconfortada.
-Tú me tienes a mí –murmuró pasados unos segundos.
Me separé de él, tan solo un poco, lo suficiente para poder mirarlo a los ojos. Vi la duda reflejado en ellos. Así que, como llevaba los tacones, no necesité ponerme de puntillas para acercar mi rostro al suyo y besarle.
Al principio no reaccionó, pero, tras unos instantes, noté una mano en mi pelo y la otra en mi cintura, empujándome contra él.
“Julia tenía razón, sigue sintiendo lo mismo” no pude evitar pensar. Sin embargo, seguramente era debido a que la estrategia de Marcos había funcionado.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Capítulo 3


Durante aquella semana, Marcos empezó a cumplir su promesa de ayudarme en mi relación con Jaime. Durante los patios, él y Julia (que seguía sin entender por qué lo había dejado en un principio para luego volver con él) se dedicaban a darme consejos de lo más contradictorios.
Marcos era de la opinión de que debía tomarme mi tiempo, simulando estar enamorándome de nuevo, para no confundir tanto a Jaime. Si llegaba de pronto y le decía que había vuelto a cambiar de opinión, no entendería nada. Sin embargo, si pasaba más ratos con él, igual que antes, quizás llegaría a la conclusión de que me había precipitado a la hora de romper y había servido para darme cuenta de lo que realmente sentía por él.
Por otro lado, Julia pensaba que tantas complicaciones no eran necesarias. Si llegaba y lo besaba, él no se iba a apartar y todo volvería a ser como antes. Porque, según ella, Jaime estaba irremediablemente enamorado de mí y me consentiría todas las tonterías que pudiera cometer.
No pude evitar reírme cuando ambos empezaron a discutir, cada uno defendiendo su respectiva postura. Marcos argumentaba que él era chico, y que sabía perfectamente cómo actuarían él y cualquier otro ante las diferentes situaciones. Julia replicó diciendo que había estado con chicos mucho más masculinos de lo que Marcos llegaría a ser jamás.
-¡Belén! No te rías y dile que tengo razón –me ordenó Julia.
-No puede, porque no la tienes –zanjó Marcos.
Suspiré y me levanté del frío suelo de piedra.
-Sois tal para cual.
Me marché, dejándolos a ambos con la palabra en la boca, y me dirigí a donde estaba Jaime con Álvaro de Miguel, su mejor amigo. Comencé a hablar con ellos animadamente el resto del recreo. De reojo pude observar cómo Marcos y Julia me miraban, orgullosos de su trabajo.
  Con pequeños gestos como aquel,  conseguí retomar la relación de amistad con Jaime, que, como pude comprobar aliviada, seguía intacta. Durante varias semanas, estaba con él casi todos los momentos que teníamos libres, a veces con Álvaro o con Julia delante, pero mayormente solos. Aquello me daba muchas esperanzas de que, si volvía a intentarlo, podría funcionar. Así que decidí utilizar la estrategia de Marcos, aunque, evidentemente, no le dije nada a Julia.

-Cariño, ¿por qué no invitamos a los Vargas? –preguntó mi madre distraídamente mientras miraba detenidamente el escaparate de la sección de carnicería.
La miré suspicaz un instante mientras dejaba caer cuatro bolsas de patatas en el carro de la compra.
-¿Y eso? –inquirí.
-No sé –comentó encogiéndose de hombros, con gesto inocente-. Después de tanto tiempo, quizás deberíamos. Jaime y tú siempre habéis sido muy buenos amigos, ¿no?
Y me lanzó una mirada capaz de desarmar a cualquiera. Agaché la cabeza al tiempo que me ponía roja. Estaba claro que a mi madre no se le habían pasado por alto nuestros vaivenes amorosos.
Pero, ¿por qué iba a invitarlos a la comida familiar aquel fin de semana? Siempre, a finales de noviembre, realizábamos una reunión en una casa que teníamos en la sierra y, a pesar de todos los años de amistad, Jaime y su familia nunca habían venido. Nunca se me había ocurrido pensar en ello, ya que solo venían mis tíos, primos y abuelos, y jamás habían mencionado el hecho de que, posiblemente, los Vargas fueran más cercanos que algunos de mis parientes.
La idea de que vinieran me apetecía mucho. No solo por poder pasar un día en compañía de Jaime, sino porque para mí, aquella celebración siempre había sido más bien aburrida, ya que era la mayor con diferencia de todos los primos y no había nadie de mi edad.
-¿Por qué no? –contesté, encogiéndome de hombros, fingiendo indiferencia.
-Pues llámales, ¿vale?
Asentí y me di la vuelta, sonriendo. Saqué corriendo el móvil y tecleé de memoria el número de la casa de Jaime.
-¿Diga? –respondió María, su madre.
-¡Hola, María! Soy Belén Vidal. ¿Hacéis algo este fin de semana?
-No, la verdad es que no teníamos nada pensado. ¿Por qué lo preguntas?
-Nos preguntábamos si querríais venir a la comida en Segovia, la que hacemos cada año.
-Yo creía que eso lo hacíais con la familia.
-¡Está claro que vosotros también sois de la familia!
Hubo una breve pausa, en la cual pude sentir que María estaba sonriendo.
-Sí, claro que sí. Muchas gracias por la invitación, díselo a tu madre, ¿de acuerdo?
Nos despedimos, y colgué el teléfono. Puse un mensaje a Julia, pidiéndole quedar en media hora y así planear qué hacer durante aquel día que pasaría con él.
-¿Y bien? –dijo mi madre- ¿Vienen?
Me di la vuelta y me di cuenta de que se había fijado en mi reacción, en mi felicidad al saber que Jaime venía.
-Sí –contesté, fingiendo indiferencia.
Conseguí escabullirme y evadir su mirada  cuando mi móvil comenzó a vibrar y vi el nombre de mi mejor amiga en la pantalla. Apreté el botón verde y las dos comenzamos a hablar a la vez, sin enterarnos ninguna de lo que decía la otra.  Acostumbrada a que nos pasara eso, dejé que hablara Julia primero.
-No te lo vas a creer, ¡Marcos me ha pedido quedar esta tarde él y yo solos! Y no sé qué hacer, ni qué ponerme…
Siguió hablando, pero yo ya no escuchaba. Se me había abierto la boca de par en par. No me podía creer que, después de las largas conversaciones que había tenido con él, no se me hubiera ocurrido preguntarle qué le parecía Julia. Y ahora me enteraba que quizás estuviera interesado en ella, porque si no, no le hubiera pedido quedar a solas, eso estaba claro.
-¿Estás ahí?
Me centré, volviendo a mi conversación con Julia.
-Sí, sí –contesté- ¿Y dices que habéis quedado en media hora? ¿Dónde? ¿Y cuándo y cómo ha surgido?
Comenzó a contarme, mientras yo le hacía señas a mi madre, diciéndole que salía fuera para poder hablar más tranquilamente. Al parecer, llevaban varios días hablando mucho, y según Julia había “química” entre ellos. Así que, finalmente, Marcos le había pedido aquella inesperada cita. Terminó de contarme y colgó, muy acelerada por cómo se iba a vestir para aquella tarde.
Salí del supermercado y me subí la cremallera del abrigo hasta arriba cuando una ráfaga de aire frío me golpeó en la cara. Ya estábamos casi en diciembre y se notaba en el clima. Suspiré y pensé en lo rápido que se me habían pasado aquellos meses: parecía que había sido ayer cuando salía todo el día con Julia, con nuestros vestidos de verano, sin ninguna clase de preocupación más allá de de planear lo que íbamos a hacer al día siguiente.
Sin embargo, ahora era una persona completamente distinta a la que había sido meses atrás, con secretos para todos salvo Marcos, un chico al que hacía poco menos de un mes no podía ni ver.
Y Jaime… Jaime era ahora la única persona que conseguía que me olvidara de todo, que me sintiera como una chica normal, y me aferraba a él como única forma de continuar, al menos, con una parte de mi antigua vida. Y, es que, hasta entonces, la correspondiente a Julia, también había permanecido intacta, pero siempre habíamos sido ella y yo, sin nadie más entre nosotras que pudiera separarnos. Ahora, en cambio, la posibilidad de que mi mejor amiga comenzara a salir con Marcos, me hacía pensar que, quizás, nuestra amistad se debilitara, ya que muchas veces, cuando dos personas empezaban a salir, vivían el uno para el otro, olvidándose prácticamente de sus amigos.
En realidad, no me planteaba realmente que con Julia fuera a suceder aquello, que por un simple chico se deteriorara una amistad que había durado siete años. Sin embargo, últimamente parecía que todo lo que nunca hubiera pensado que pudiera cambiar, había cambiado.
-No- dije firmemente en voz alta, obligándome a alejar aquellos lúgubres pensamientos.
Si nada había conseguido separarme de Julia en todo aquel tiempo, mi breve relación con Jaime incluida, la suya con Marcos tampoco lo haría. De hecho, debía alegrarme por ella por haber encontrado a alguien especial, igual que ella se había alegrado por mí cuando me había dado cuenta de lo que sentía por Jaime.
Suspiré y me metí en el ascensor, esperando pacientemente hasta que volvieron a abrirse las puertas. Saqué las llaves del bolso y las introduje en la cerradura, entrando en casa.
-¿Hola? –pregunté para ver si había alguien.
Nadie contestó, y supuse que Lucas no llegaría hasta tarde, ya que había quedado con su novia, y mi padre estaba en París por negocios, en la ciudad del amor. Suspiré, y pensé que parecía que el universo se había puesto de acuerdo para recordarme que todo el mundo estaba con alguien, o felizmente libre de preocupaciones, mientras que yo me sentía como una extraña perdida en una realidad de locos.
¿Qué me pasaba? ¿Por qué estaba de este humor, tan alicaída? Quizás fuera otra más de las consecuencias de aquel indeseable experimento, y me apunté preguntarle a Marcos si a él también le sucedía lo mismo.
Noté mi móvil vibrar en el bolsillo y vi que mi madre me llamaba.
-Belén, me he encontrado con María, y ha insistido en invitarme a cenar para que le cuente con más detalle lo de la reunión en Segovia, ¿te importa cenar sola?
-No, mamá –murmuré.
Entonces, una idea me vino a la cabeza.
-Bueno –añadí-, a lo mejor salgo un rato a dar una vuelta, ¿vale?
Mi madre se mostró preocupada y casi pude notar cómo fruncía el ceño.
-¿Con quién? ¿A dónde?
-No sé, ya me encontraré a alguien, ¿sí?
Empezó a protestar, pero la corté.
-Mamá, en febrero cumplo dieciocho años, ya voy siendo mayorcita.
-De acuerdo, pero no vuelvas tarde, y mantenme informada de dónde estás.
-Tranquila mamá, un beso.
-Un beso, cariño.
Colgué y me fui directa a mi habitación, dispuesta a ir de bares por el centro. Si mi nuevo cuerpo estaba decidido a deprimirme, yo estaba decidida a no dejarle hacerlo, y no se me ocurría nada mejor que salir y conocer gente…gente normal.
Me puse el vestido más sexy que tenía, con unos tacones altos negros y una americana a juego, dispuesta a arrasar. Me maquillé solo un poco, intentando resaltar ligeramente mis ojos grises, y me recogí el pelo en una trenza suelta.
Cogí el bolso y, antes de salir, me dirigí a un pequeño armario que había en el salón. Lo abrí, y ante mis ojos aparecieron botellas de todos los tipos de alcohol. Medité unos instantes, hasta que cogí una de whisky. Tomé un vaso pequeño de la cocina lo llené hasta el borde y, de una, me lo bebí.
Iba a salir de fiesta y me iba a divertir, para demostrarme a mí misma y a los demás que no necesitaba a ningún hombre para pasármelo bien. “Y para no pensar en que Marcos y Julia ahora mismo están juntos” dijo una vocecita en mi cabeza.
Volví a llenar el vaso hasta arriba, dudando que fuera a afectarme en absoluto debido a mi cuerpo alterado genéticamente. Dediqué un breve pensamiento a mis dos amigos, deseando que se lo estuvieran pasando bien. Alcé el vaso, y volví a bebérmelo entero, mezclando el ardor del chupito anterior con este.
-Que viva a los novios –dije con una sonrisa torcida.
Cogí el bolso y salí de casa, cerrando de un portazo.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Capítulo 2.5



Dos días después, cuando llegué al patio del colegio a las ocho de la mañana, Julia y Marcos ya se encontraban allí. Estaban sentados en el suelo, riéndose a carcajadas. Me quedé a unos pasos de distancia, sonriendo.
La noche anterior Julia me había llamado para decirme que su padre la llevaría antes de la hora, así que había tenido que caminar sola aquel día. Hablamos durante más de una hora, y no le conté mi encuentro con Marcos en todo aquel tiempo.
Había estado pensando a lo largo de todo el fin de semana todo lo que estuvimos hablando él y yo. ¿Y si, realmente, la única que notaba que ya no era la misma de siempre, era yo? Nada había cambiado en mi relación con Julia, así que, si podía ocultárselo a ella, que era capaz de saber solo con mirarme si me pasaba algo, ¿por qué no debería darle una oportunidad a Jaime?
Pero, si lo descubría… Aquel hombre había hablado muy claro, o nos callábamos, o nos callaban. Un escalofrío me recorrió al recordarlo. Cuanta más gente dejara que entraran en mi vida, más riesgos corría de cometer un descuido y dejar ver cómo era en realidad, de lo que era capaz…
Tenía que hablar con Marcos y exponerle mis dudas. Tenía claro que él intentaría convencerme de que me arriesgara, pero necesitaba escuchar que merecía la pena.
Me alegré de haberme encontrado con él en el parque y de haberme visto en la obligación de confesarle todo, porque contar con él resultaba un auténtico alivio. Sonreí al pensar que ya había conseguido que empezara a aceptar lo sucedido, y a buscar la parte positiva.
-¡Belén! –saludó entonces Julia, cuando me vio de pie a unos metros de ellos.
Me acerqué y me senté en frente de ambos. Marcos me dirigió una sonrisa seguida de un guiño de complicidad que casi me hizo reír.
Julia comenzó a contar cómo su padre, que era médico, no se había creído la historia de la caída de Marcos desde el edificio el viernes, y la había acusado de estar borracha. Marcos y yo cruzamos una elocuente mirada, y empezamos a reírnos. Julia nos miró como reprochándonos que no nos tomáramos en serio su anécdota, pero pronto se unió a nuestras carcajadas.
Lamenté realmente no poder explicarle por qué de repente Marcos y yo conectábamos tanto, ya que, si ella no me hubiera obligado a salir con ellos, yo aún seguiría sola y perdida, sin nadie en quien confiar.
Seguimos hablando hasta que sonó el timbre que nos indicó el comienzo de las clases una semana más. Por primera vez en tres semanas, entré sonriendo, con un futuro cada vez menos incierto esperándome.

-Estoy en tu portal, ¿bajas?
-Sí, en un segundo estoy.
Corrí al baño, aprobé mi aspecto con una mirada al espejo y salí corriendo por la puerta.
Abajo me esperaba Marcos, con su ropa de deporte, apoyado en la pared ojeando su móvil. Sonreí al pensar en lo que había cambiado aquel chico en unos pocos días. Había pasado de ser insoportable, a demostrarme que era una persona de categoría, digna de confianza. A pesar de todo, seguía siendo todo un misterio para mí: por qué, de pronto, había dado semejante cambio; por qué se había cambiado de colegio Rafa y luego había llegado él… Ya que, al parecer, eran tan amigos que resultaba incompresible que se hubieran separado de mutuo acuerdo. Si sus padres hubiesen querido separarlos, Marcos no habría venido este año.
Pero, para mí, el mayor interrogante acerca de su vida estaba desde la pelea con aquel chico de su antigua escuela. Había algo que le había pasado tiempo atrás lo suficientemente doloroso como para sacarlo de quicio de aquella manera con su simple mención. Podría pensar que es una persona violenta que se enzarza a golpes  a la mínima provocación, pero había visto una expresión en su cara el sábado cuando lo saqué del círculo que iba mucho más allá de la rabia o el enfado. Era auténtico dolor, desesperación,… Sentí un escalofrío solo pensando en qué podía provocar semejantes sentimientos, y por un momento deseé no saberlo.
Volví a mirarlo y vi que estaba serio, mirando la pantalla del teléfono sin realmente verla. Me acerqué y lo saludé alegremente. Él me dedicó una sonrisa.
-No te enfades –dijo, poniendo cara de culpabilidad-, pero deberías pensar más bajito.
Abrí la boca de par en par, sin poder creerme que hubiera escuchado todo lo que había estado pensando. Fui a hablar, pero no me salieron las palabras, estaba conmocionada. ¿Qué habría pensado de mí, analizándolo de aquella manera?
-Sigues haciéndolo… -dijo, entre avergonzado y divertido.
-¡Marcos! ¡Sal de mi cabeza! –conseguí chillar.
Empecé a alejarme, furiosa conmigo misma por haber sido tan estúpida no caer en la cuenta de que podía oírme, pero también furiosa con él por haberse quedado escuchando en lugar de avisarme.
-¡Lo siento! –exclamó detrás de mí –Pero es que, de verdad, piensas gritando.
Me di la vuelta, fulminándolo con la mirada.
-Perdóname, no estoy acostumbrada a que me escuchen pensar –dije, irónicamente.
Él rio, y yo volví a darme la vuelta, pero en menos de un segundo lo tenía delante de mí, sujetándome por los hombros para que no me fuera.
-Belén, de verdad, lo siento. No he podido evitarlo. Entiendo que te enfades, pero, imagínate que hubiera sido al revés, y hubieras podido saber todo lo que opino sobre ti.
-¡Te hubiera avisado!
-Bueno, pues yo no tengo tanta altura moral como tú. Llevo tiempo queriendo saber si ya te caigo bien del todo o me sigues teniendo por el creído maleducado de los primeros días. Así me llamabas, ¿verdad?
Me quedé mirándolo seria, pero no pude evitar prorrumpir en carcajadas, ya que todo aquello me resultaba tan sumamente absurdo…  No podía culparlo de haberme escuchado si realmente, como él decía, pensaba gritando. Seguramente, yo tampoco hubiera podido evitarlo, aunque le hubiera avisado. Quizás, la parte negativa de aprender juntos nuestras nuevas habilidades era que todos los errores que cometiéramos nos afectaban a ambos.
Me observó como si estuviera loca, sin entender mi reacción.
-¿Entonces…? ¿Estás enfadada o no? –preguntó sin comprender nada.
Dejé de reírme y me limité a sonreírle.
-No, Marcos, no estoy enfadada. Pero, a partir de ahora, ambos tenemos prohibido meternos en la cabeza del otro.
Él contestó a mi sonrisa y asintió, más que contento con su castigo.
-Venga, vamos a correr, quiero estar pronto en casa –dije, poniéndome en marcha.
Nos pusimos un ritmo muy alto y pronto estábamos lejos. Cuando me di cuenta de que muchas de las personas con las que nos cruzábamos se nos quedaban mirando sorprendidas, redujimos la velocidad. No sabía exactamente cómo íbamos a probarnos y entrenarnos, ni dónde (nadie podía vernos), así que me limité a seguirlo por las calles de Madrid, camino a las afueras.
Cuando llevábamos cerca de cuarenta minutos con aquel ritmo, empecé a estar ligeramente cansada, y tomé nota mental, ya que aquel era el tipo de dato acerca de mis capacidades que quería saber.
A la hora, comencé a sudar. Miré a Marcos y comprobé que él también.
Para entonces, ya estábamos muy alejados de la ciudad. Habíamos llegado a una especie de bosque y hacía un rato que corríamos por una estrecha carretera que lo atravesaba. Nos desviamos a la derecha y aparecimos en  un descampado en el que había un viejo parque para niños, con aspecto de no haber sido usado en mucho tiempo.
-¿Dónde estamos? –pregunté.
-En los límites de la Casa de Campo. Solía venir aquí de pequeño con mi padre.
Me quedé observándolo, curiosa, ya que esa era la clase de comentarios acerca de sí mismo que nunca hacía. Esperé a que añadiera algo más, pero siguió en silencio.
-¿Qué tenías pensado hacer ahora? –inquirí, sin saber por dónde empezar.
Él me miró, sorprendido y divertido, reprimiendo una carcajada.
-Descansar un rato y volver, ¿qué tenías tú pensado?
Me puse roja y me senté en el césped, molesta. Empecé a arrancar la hierba del suelo.
-Pensaba que íbamos a hacer algo –murmuré.
Se sentó a mi lado y me miró, frunciendo el ceño.
-Belén, acabamos de correr durante una hora y cuarto a una velocidad de entre veinticinco y treinta kilómetros por hora, ¿tú sabes lo que es eso? –lo miré, sin saber qué decir. En realidad no tenía ni idea de cuánto era- Ni siquiera el que batió el récord mundial de la maratón corrió tan rápido tanto tiempo, para que te hagas una idea. ¡Y ni si quiera estamos agotados!
Parecía entusiasmado por la idea. Sin embargo, a mí no dejaba de resultarme raro. A pesar de todo, seguía sin haber asumido de lo que era capaz.
-¿Quieres que te lo cuente? –dijo él de pronto, sacándome de mis pensamientos.
-¿El qué? –repliqué sin entender a qué se refería.
-Todo. Lo de Rafa, lo de mis cambios de personalidad…
Asentí lentamente con la cabeza y el comenzó a hablar.
Rafa Martínez  y él se conocían desde que nacieron. Sus padres habían sido mejores amigos desde que eran críos, y ellos también empezaron a serlo. Iban a la misma guardería, veraneaban en los mismos sitios y se iban de viaje juntos. Cada uno tenía una cama propia en casa del otro, y muchas mañanas Marina, la madre de Marcos, se los había encontrado durmiendo en su casa sin saber que Rafa estaba ahí. E igual al revés: cantidad de veces cuando se despertaban y veían que su hijo no estaba en su cuarto, no se preocupaban porque sabían que estaría con su amigo del alma, y que cuando se levantara, volvería a casa.
Y así siguió mientras los chicos se iban haciendo mayores, hasta que, dos años antes, cuando ambos tenían catorce, e iban a empezar tercero, Marcos había vuelto del verano distinto. Había cambiado para mal: faltaba mucho a clase, empezó a fumar y a juntarse con gente poco recomendable. A Rafa esto no le importaba, pues la relación con su amigo seguía siendo igual que siempre. Pero, en cambio, sus padres se estaban distanciando, y pronto los Martínez se dieron cuenta de que Marcos ya no era una buena compañía.
Intentaron hacer entrar a su hijo en razón, pero él se negaba a darle la espalda a su hermano de distinta madre. Hasta que, al comienzo del curso anterior, se había visto con que, sin él saberlo, sus padres lo habían cambiado al colegio en el que se encontraba actualmente.
A Marcos el golpe le dolió, pero sabía que no había sido culpa de su amigo. Pero, sin él a su lado para controlarlo, se fue aficionando poco a poco a la mala vida, y dejó de ser el chico simpático y cariñoso de antaño.
Pero Rafa y él tramaron en secreto que este año él se cambiaría también de centro, aunque sus padres no quisieran. Así que se presentó en casa con los papeles de salida de su antiguo colegio, que debían estar firmado por ambos tutores, y los amenazó con que, o aceptaban, o dejaría los estudios.
Y así terminó donde estaba ahora. Con el cambio de aires y con Rafa de nuevo a su lado, le había costado menos empezar a cambiar de nuevo, esta vez a mejor. Pero, lo que le había dado el impulso definitivo había sido el experimento. Se dio cuenta de que podría haber muerto siendo una persona a la que pocos apreciaban, y el cambio a partir de entonces había sido radical: había vuelto a ser el chico que era con catorce años antes de que Dios sabe qué lo hiciera transformarse en una persona que en realidad no era.
Cuando terminó de contar la historia, me quedé en silencio, asimilando lo que me había contado, hasta que, finalmente, pregunté:
-¿Por qué tu padre y el suyo empezaron a distanciarse? Es decir, llevaban siendo amigos toda la vida, algo debió de pasar, al margen de tu comportamiento.
-Sí –asintió él-. Tuvieron problemas en el trabajo. Ambos estaban muy volcados en un proyecto nuevo, pero, de pronto, Carlos, el padre de Rafa, cambió de opinión. A mi padre no le hizo gracia, y para suplir la pérdida de su mejor amigo empezó a volcarse cada vez más en su proyecto, hasta el punto de que mi madre y yo casi no lo veíamos. Se le agrió el carácter y pasó a querer más a su trabajo que a nosotros. Y hoy aún sigue así.
Puso una sonrisa triste y se encogió de hombros.
Antes de que me decidiera a formular una de las cientos de preguntas que bullían en mi mente, dijo que debíamos ir regresando, ya que estaba atardeciendo. Asentí y emprendimos el camino de vuelta en un silencio solo interrumpido por el ruido de nuestras pisadas al correr.
Estaba contenta de que me hubiera contado aquella historia. Así pude hacerme una idea de lo que significaba una auténtica amistad para él. Aunque había muchas partes que seguía sin comprender del todo. Ni por qué había cambiado, en un principio, ni por qué los Martínez se preocuparon tanto como para cambiar a su hijo de colegio en contra de su voluntad. Puede que Marcos tuviera una adolescencia atravesada, pero en todos sitios se iba a encontrar con gente así, aunque no tan buenos amigos.  
Y seguía estando el tema de la pelea, de lo que le había dicho aquel desafortunado chico para provocarlo. Estaba casi segura de que las “cosas muy dolorosas del pasado” que le había recordado el sábado, y lo que le había hecho cambiar hacía ya dos años, era lo mismo. Pero, ¿el qué?
“Me ha saludado diciéndome…” dijo aquel día. Me moría de la curiosidad por saber lo que le dijo, pero estaba claro que a Marcos aquel tema no le hacía gracia, y después de que me hubiera contado todo lo que me había contado sin tener necesidad alguna de hacerlo, no pensaba insistir.
Así que, cuando llegamos a mi casa, le di las gracias por abrirse de aquella manera. Nos quedamos charlando unos minutos en mi portal antes de que mi madre me llamara preocupada para saber dónde me había metido. Se despidió de mí con un beso en la frente, un gesto que estaba empezando a convertirse en una curiosa costumbre.

lunes, 8 de octubre de 2012

Capítulo 2.4


Las dos siguientes horas nos las pasamos contándonos cómo habían transcurrido nuestros primeros días tras el experimento. Él solo había faltado a clase dos días, pero el resto de la semana había estado a punto de desmayarse en medio del aula un par de veces. Él también había tenido aquellos horribles dolores de cabeza el primer día, pero al segundo ya había remitido y, a excepción de algún mareo, había estado perfecto a los tres días.
Durante las tardes siguientes, se había dedicado a alejarse de la ciudad y probar la velocidad a la que podía correr y la resistencia que tenía, obteniendo resultados asombrosos. También había ido al gimnasio y, ni poniendo todo el peso disponible para una sola barra, había tenido ningún problema en levantarlo.
El viernes, es decir, el día anterior, había hecho la prueba de saltar de aquel edificio, y había vuelto a sorprenderse de sus capacidades.
Le conté que yo había descubierto con él, y sin siquiera intentarlo, la habilidad de leer el pensamiento. Le expliqué que, en realidad, él no había hablado y era yo la que le había escuchado pensar. Se rió y me culpó de haber hecho que pensara que el golpe le había afectado.
Empezamos a andar hacia mi casa, a unas dos horas caminando a buen ritmo. Descubrí que él no vivía muy lejos de mí, y decidió acompañarme hasta el portal, como la noche anterior.
Tras tanto rato charlando con él, descubrí que para nada era el chico violento, egocéntrico y prepotente por el que lo había tomado. Todo lo contrario, era atento y galante, inteligente y divertido. Gratamente sorprendida, el tiempo se me pasó volando de una conversación a otra.
Finalmente, reuní el valor para formularle la pregunta que llevaba rumiando en mi mente desde nuestro encuentro.
-Marcos, ¿qué es lo que te ha recordado aquel chico con el que te has peleado para que te afectara tanto?
Observé atentamente su reacción, cómo, por un segundo, se le crispaba la cara y encogía las manos en puños, ante la simple mención del incidente. Pero se relajó y puso una sonrisa cordial.
-Ese chico iba a mi antiguo colegio –explicó-. Siempre me he llevado fatal con él, y ninguno de los dos hemos hecho nada para evitarlo. Es más, no es la primera vez que nos pegamos… Nunca tanto, pero hace tiempo que aprendió cuáles eran mis puntos débiles y aprendió a usarlos y desde entonces hemos acabado mal bastantes veces. No sé cómo se enteró, pero sabe varias cosas muy… dolorosas en mi pasado, y las usa para picarme. Hoy nos hemos cruzado y me ha saludado diciéndome… Cosas que me han sacado de quicio, y he perdido el control. Creo que jamás me había afectado de esta manera. Pero con todo lo que me ha pasado y lo que ha dicho, no he podido evitarlo, ¿sabes? Creo que he desahogado toda mi rabia de estos últimos tiempos con él.
Guardé silencio, asimilando lo que me había dicho. ¿Cosas muy doloras en su pasado? No tenía ni idea de qué podría haberle ocurrido, pero estaba claro que no tenía ganas de contármelo. Tampoco quería presionarle, si tan mal lo había pasado, por muy grande que fuera mi curiosidad.
-Entiendo por qué te has puesto de ese modo. Si hubiera sido yo, creo que me hubiera pasado lo mismo, salvo porque ni tú hubieras sido capaz de sacarme de ahí –sonrió-. Todo esto, todo lo que nos han hecho… Es sencillamente cruel. No sé ni por qué, ni por quién, pero de pronto mi vida ha cambiado totalmente. Yo no he pedido esto, no quiero esto.
Hice una pausa y respiré hondo para calmarme, notando cómo las lágrimas que no había derramado en aquellas semanas acudían ahora.
-Hasta ayer no lo había asimilado –continué-. Hasta que no vi que tú vivías con ello e incluso te probabas a ti mismo, no fui capaz de entender que ya no soy la chica de antes.
Agaché la cabeza y me mordí el tembloroso labio, con los ojos empañados.
-¿La chica de la vida perfecta? –dijo suavemente.
Asentí.
-Has tenido que dejar a Jaime, ¿verdad? Mentirle y decirle que no le quieres como nada que no sea amigos.
Levanté la cabeza, y lo miré sorprendida. Él se limitó a encogerse de hombros.
-No pude evitar escucharte cuando cortaste con él. Lo siento.
Abrí la boca para protestar, pero la cerré, porque en realidad me daba igual.
-No importa –suspiré-. Supongo que debe de saberlo todo el colegio a estas alturas.
-Le quieres –afirmó, sin hacer caso de mi comentario anterior.
-Sí –contesté sin dudar-. Y por eso lo he dejado, porque no quiero tener que mentirle sobre algo tan importante de mi vida.
-No tienes por qué mentirle –dijo entonces. Lo miré preguntándome a qué se estaría refiriendo-. No creo que nunca llegue a salir el tema de si alguna vez te han secuestrado, de si eres capaz de levantar un camión con una mano o ganar en cualquier deporte olímpico, ¿no crees?
-Creo que no te sigo.
Rió, entusiasmado ante su gran idea.
-Quiero decir, que simplemente con que le ocultes una pequeña e irrelevante parte de ti –fui a quejarme por aquello de “irrelevante”, pero me calló con un gesto de su mano-, podrías conseguir que funcionara.
-¡Pero eso sería como mentir!
-¿Le quieres o no? –asentí con la cabeza- Pues entonces creo que no pierdes nada por intentarlo. Además, creo que llevabas mucho tiempo esperando a que llegara este momento, ¿no?
-Pero, ¿tú cómo sabes todo eso? –pregunté sorprendida.
-Porque yo también descubrí cómo escuchar lo que piensa la gente –admitió.
Me puse roja como un tomate, avergonzada por lo que podría haber escuchado.
-¡Y lo usas conmigo! –exclamé pegándole un puñetazo en el hombro.
Él empezó a reírse y trató de protegerse de mis golpes, sin mucha dificultad.
-No lo he usado contigo –dijo-. Escuché sin querer a Julia ayer, y seguí probando el resto de la tarde y aprendí cómo usarlo. Julia no paraba de pensar en qué hacer después para distraerte y que no pensaras en Jaime, porque no sabía por qué lo habías dejado, pero estaba convencida de que tú estabas mal. Que desde tu enfermedad te notaba diferente, pero a lo largo de la tarde se relajó y se dio cuenta de que nada había cambiado y tú seguías siendo la misma de siempre. Y… bueno, nada.
-¿Y…? ¿Qué? ¿Qué más?
-No paraba de pensar en lo guapo y divertido que le parecía… -confesó ligeramente cortado.
Me reí de buena gana.
-Eso te pasa por meterte en la cabeza de la gente –le reprendí-. Pero, para tu tranquilidad, Julia solo tiene una ligera obsesión contigo, lo cual es muy frecuente en ella. Ya se le pasará.
Caminamos unos minutos en silencio, hasta que llegamos a mi casa.
-Bueno, ya estamos –sonreí-. Gracias por acompañarme.
-De nada. ¿Estás bien, seguro?
-Sí, sí, no te preocupes.
Me miró como intentando averiguar si estaba mintiendo o no. Pareció ver que ya estaba perfectamente, porque se relajó y sonrió.
-De acuerdo. Pues en ese caso, hasta el lunes. Llámame si necesitas cualquier cosa.
Se acercó y me dio un beso en la frente, igual que la noche anterior. Se dio la vuelta, y cuando ya se había alejado un poco, lo llamé.
-¿De verdad crees que tendría que intentarlo con Jaime? –pregunté insegura.
-Sí –confirmó-. Te ayudaré, no te preocupes. Así que, prepárate, porque el lunes empieza nuestra operación recuperar a tu chico.

martes, 4 de septiembre de 2012

Capítulo 2.3


El viaje de vuelta en el taxi transcurrió en un silencio incómodo. Llevaba la frente apoyada en el cristal, mirando la ciudad pasar. Notaba las constantes miradas de Marcos, pero había decidido no hacer caso.
Todavía no entendía por qué no le había contado todo, pero no pensaba hacerlo. Todo estaba sucediendo demasiado deprisa. Ni siquiera había asimilado todavía lo que me había ocurrido, ni que Marcos y yo ahora fuésemos amigos… Y, de pronto, él había pasado también por todo aquello.
-¿Seguro que estás bien? –preguntó por enésima vez.
Lo miré y no pude evitar reírme de su gesto preocupado.
-Estoy perfectamente, me lo he tomado mejor de lo que crees –me mordí la lengua, dudando si confesar o no. Pero, cuando aún no había decidido, el taxi se detuvo, anunciando que habíamos llegado a mi casa.
Bajé del coche mientras él pagaba al conductor y tomé una bocanada del aire frío de la noche. Caminé hacia el portal y en seguida Marcos me alcanzó y se puso a mi lado.
-Ojalá pudiera decirte todo, de verdad. No hay nadie a quien quiera contarle lo que me ha pasado más que a ti pero…
Me giré hacia él y le sonreí.
-Lo sé, Marcos. No puedes explicarme nada. Lo entiendo, no te preocupes.
Se quedó quieto en el sitio, mirándome con la boca abierta. Me detuve yo también y nos quedamos el uno frente al otro, a unos cuantos pasos de distancia.
-¿Cómo…Cómo has sabido lo que estaba pensando? –balbuceó, atónito.
-¿Pensando? Me lo has dicho en voz alta.
-No he abierto la boca, Belén. Pero estaba pensando exactamente en lo que me has respondido.
Abrí la boca para decirle que el golpe parecía haberle afectado más de lo que habíamos creído, pero la cerré al instante, aceptando lo que me había dicho. Le había escuchado pensar. Otro de los múltiples síntomas de aquel experimento era leer el pensamiento. No sabía cómo, ni por qué, pero estaba segura.
Decidí sonreír y fingir normalidad.
-Estás desorientado, acabas de caer desde una altura como para matarte, es lógico que no sepas lo que dices.
Por un momento pareció que iba a replicar, probablemente seguro de lo que había ocurrido, pero, finalmente, se relajó y sonrió.
-Sí, debes de tener razón –accedió por fin-. Al fin y al cabo, soy yo el que se ha dado un golpe en la cabeza.
Contesté a su sonrisa sintiéndome culpable por hacerle pensar aquello.
-Bueno, Marcos, me voy a dormir. Descansa, ¿quieres? A ninguno de los dos nos vendrá mal.
-Buenas noches Belén –se acercó y me dio un beso en la frente-. Gracias por todo.
Me metí en el portal decidida a contarle todo cuando lo viera en clase, tres días después.

Me despertó por la mañana el sonido del móvil. Miré la pantalla y vi que era Julia.
-¿Sí?
-Perdón por despertarte –dijo su voz cantarina al otro lado del teléfono- ¿Qué tal anoche cuando me fui? ¿Marcos estaba bien? ¿Y tú?
-Todo bien, tranquila. Marcos estaba perfectamente, y yo…¿por qué iba a estar mal?
-Tendrías que haberte visto la cara ayer, ¡estabas completamente ida! Temía que te fueras a desmayar o algo.
-Pues no tienes de qué preocuparte, estoy bien. Te llamo luego, ¿vale?
Colgué y lancé el móvil a la alfombra. Hundí la cabeza en la almohada, tentada por la idea de llamar a Jaime. Pero quizás una llamada mía le daría esperanzas; por ahora tenía que darle espacio.
Acto seguido se me ocurrió hablar con Marcos, pero saldría el tema de la noche anterior, y yo aún no había ensayado la forma en que le iba a contar todo.
Tras varios minutos pensando qué hacer, opté por salir a correr. No lo había hecho desde aquel día en que todo se había torcido y yo había terminado atada a una camilla. El simple recuerdo me dio náuseas, pero decidí vencer el miedo y, tras cambiarme de ropa y recogerme el pelo, salí de casa en dirección a cualquier lugar.
Una vez en la calle, pasando a toda velocidad junto a los demás peatones, decidí que ya era hora de poner mis ideas en orden. Hacía casi dos semanas que mi vida había cambiado, pero todavía me lo seguía negando a mí misma.
Sin embargo, el darme cuenta de que Marcos sí que lo había aceptado e incluso había comenzando a probar sus nuevas habilidades, me había hecho darme cuenta de que aquello ya era una realidad. Estaba empezando a aceptar que era capaz de saltar desde alturas imposibles, curarme de horribles heridas en segundos,… porque si él podía, entonces yo también podría. Pensé en cómo sería a partir de ahora mi vida pudiendo escuchar lo que pasaba por la cabeza de cualquier persona, correr a velocidades increíbles, escuchar con total claridad a metros de distancia. Y, seguramente, era más lo que me quedaba por descubrir que lo que ya había descubierto. Por eso necesitaba a alguien a mi lado. Y solo había una persona que podía ayudarme.
Aceleré el ritmo, procurando que no fuera demasiado llamativo a ojos de alguien normal lo rápido que iba. Pronto llegué a un parque en el extremo opuesto de la ciudad sin estar sudando apenas.
Vi a un grupo de gente que rodeaban algo, y me acerqué curiosa. Paré la música y me coloqué los cascos en el cuello, y pude escuchar los gritos que de allí procedían. Eran los gritos propios de una pelea.
Me acerqué todo lo deprisa que pude y me metí a codazos entre la multitud hasta conseguir llegar al medio, donde había un chico tirado en el suelo, encogido sobre sí mismo para intentar protegerse de las patadas que le lanzaba otro muchacho de pie a su lado.
   Me fijé en el rostro del chico que seguía pegando al otro, y el corazón se me detuvo un instante al ver que era Marcos, cubierto de lágrimas y con un gesto de rabia que me dio hasta miedo.
¿Qué hacía él envuelto en una pelea? Pero, sabiendo la fuerza que poseía, mucha más de lo normal, si continuaba así iba a matar al pobre indefenso. Así que me tragué las ganas de esperar a que me viera y marcharme, y avancé sin vacilar hasta él, metiéndome entre los dos.
Al principio, pareció que no me veía e intentó apartarme y continuar con su paliza, pero le cogí el rostro entre mis manos y le obligué a que me mirara a los ojos. Cuando se dio cuenta de quién era, se desmoronó y, por un momento, no era más que un niño asustado. Me abrazó y no supe cómo reaccionar.
-Vámonos de aquí, Marcos –me separé de él y le cogí de la mano-. No pasa nada.
Le guié fuera de aquel corro, entre insultos de la gente más valiente; el resto se apartaba de su camino. Nos alejamos lo suficiente para que nadie nos molestara, lejos de las miradas de los curiosos, y nos sentamos en el césped.
Me quedé mirándolo, y vi cómo, poco a poco, una brecha que tenía en la ceja se le iba cerrando, dejando como única prueba de su existencia una mancha de sangre.
Respiré hondo, intentando encontrar la forma de lidiar con aquello. Por un lado, mi primera reacción habría sido irme y no volver a dirigir la palabra a Marcos, porque no quería la ayuda de alguien violento como él. Pero, por otro lado, no sabía los motivos por los que se había peleado, y si era mi amigo debería escucharlo antes de juzgarlo.
-Siempre ves lo que no deberías ver –murmuró, intentando esbozar una sonrisa.
-Deberías darme las gracias –dije con tono alegre, a pesar de que lo decía en serio-. No te dabas ni cuenta de lo que hacías, si hubieras seguido un poco más…
Me estremecí, pensando en las consecuencias que tendría para Marcos cargar con un asesinato a los diecisiete años.
-Belén –dijo mi nombre como un ruego, a punto de echarse a llorar-. Yo no soy así, de verdad. Pero últimamente… me han pasado cosas. Cosas que no te puedo contar. Y encima está… Y ese chico me lo ha recordado. Pero… Pero… -se le quebró la voz-. Por favor, Belén, no pienses que soy así. Pero es que no puedo más. No pedí esto y estoy solo… Y no sé qué hacer.
Se me empañaron los ojos viendo a un chico tan duro como él llorando de aquella manera y tan perdido.
-Ven aquí –dije, atrayéndolo hacia mí.
Enterró la cabeza en mi hombro y lo abracé, acariciándole el pelo e intentando que se calmara.
Y fue entonces cuando me decidí a contárselo. No era justo que él se sintiera de aquella manera cuando yo me pensaba la forma en la que decírselo. Marcos necesitaba a alguien a su lado, y tenía que ser yo esa persona.
-Marcos, no estás solo –dije suavemente.
Se incorporó y se secó las lágrimas, recuperando la compostura. Negó con la cabeza al tiempo que murmuraba:
-No lo entiendes, no lo entiendes,… Ojalá pudieras,…
-Marcos –suspiré. Él continuó mirando al suelo-. Marcos, mírame –levantó la cabeza y yo comencé a hablar-. No estás solo ¿Te acuerdas de que en la camilla de al lado tuyo había una chica, la noche en que pasó todo? Era yo. Yo también he formado parte del experimento, y tampoco sé qué hacer.
-¿Eras tú? –susurró, con los ojos como platos.
-Sí.
De pronto me encontraba entre sus brazos, mientras me mecía contra su pecho. Me quedé tensa unos instantes, hasta que por fin me relajé y cerré los ojos, dándome cuenta de lo mucho que había anhelado alguien a quien confiarle aquello. Se me escaparon un par de lágrimas, pero pronto sonreí y dije:
-Así que no te me vengas abajo, ¿eh? Que me tienes a mí.

martes, 15 de mayo de 2012

Capítulo 2.2


-No lo entiendo. ¡Si llevabas casi un año detrás de él! Consigues que salgáis y a la semana lo dejas. Lo siento mucho, pero creo que te estás equivocando.
Agaché la cabeza y me mordí la lengua. Yo estaba absolutamente segura de que quería a Jaime, y quería estar con él, pero no me estaba equivocando. No podía mentirle sobre algo tan importante si estábamos juntos. Maldije en silencio por no poder contar nada o, simplemente, por tener algo que ocultar.
Al ver mi cara, Julia me dio un fuerte abrazo e intentó animarme, con miedo de que volviera a llorar.
-No pasa nada. Ya sabes que hablo sin pensar. Si de verdad su amistad es más importante para ti que cualquier otra cosa, te apoyo, de verdad –al ver que aquello no me convencía, decidió que lo mejor era cambiar de tema-. Bueno, pero sigue en pie lo del viernes, ¿no?
-¿El qué?
Me miró con cara de decepción y me pregunté qué era aquello tan importante que se me había olvidado.
-Íbamos a quedar los cuatro… Bueno, supongo que ahora los tres.
-¿Quiénes?
-Marcos, tú y yo.
Se me pusieron los ojos como platos y, acto seguido, me empecé a reír. Julia se cruzó de brazos y frunció el ceño.
-Me lo prometiste.
Me puse seria y la miré fijamente. Era cierto, se lo había prometido, pero yo había contado con que Jaime iba a venir. Desde luego que ya no le iba a invitar, lo único que le faltaba era que le volviera a dar a esperanzas; por un tiempo, le daría espacio para que las cosas fueran volviendo a su sitio habitual. Pero, de todas maneras, el plan me resultaría  mucho más atractivo con él.
Suspiré y pensé en la conversación que poco antes había mantenido con Marcos. Quizá esta sería una buena ocasión para darle la oportunidad que pedía.
-Tienes razón –sonreí- ¿Cuál es el plan?

Ese viernes, una hora y media después de la salida del colegio, estábamos los tres sentados en el césped de un parque que habíamos encontrado frente a una universidad, al que habíamos ido a parar después de recorrer todo el centro de la ciudad.
-Seguidme, que sé dónde estamos –había asegurado Marcos.
Pero, tras cruzar varias calles que ninguno era capaz de reconocer, Julia y yo conseguimos que admitiera que se había perdido. Como compensación, decidió llevarnos a una heladería que resultó ser una de las mejores en las que había estado nunca.
Un rato después, ya sin los helados, estábamos en aquel jardín descubierto por casualidad, riéndonos sin parar. Y, a eso, básicamente, nos dedicamos toda la tarde: a recorrer todo Madrid, sentándonos en cualquiera lado cuando no podíamos más. Pero, sobre todo, por primera vez en una semana no me acordé en ningún momento de lo que me había pasado, ni del secuestro, ni de mi ruptura con Jaime, y logré pasármelo tan bien como no recordaba haber hecho en mucho tiempo.
Poco a poco, vimos cómo el sol se iba poniendo, hasta que la única iluminación fue la procedente de las farolas situadas a ambos lados de la calle.
Paseábamos lentamente bordeando un parque en el que había una exposición de arte. Decenas de monumentos de todos los colores y formas decoraban hasta el último rincón. Estaban presididos por un majestuoso mirador, al que se podía subir y contemplar desde allí las vistas.
Decidimos entrar y, al salir del ascensor en la última planta, un viento frío nos golpeó en la cara, haciéndonos temblar. Avanzamos hasta el borde y nos apoyamos en la barandilla, aprovechando aquellos minutos de paz para descansar después de la larga caminata.
El cielo estaba rasgado por los edificios, e iluminados por las luces del tráfico, que bullía incluso a aquellas horas. Las numerosas obras de arte parecían diminutas desde aquellas alturas.
Entonces, noté cómo, a mi lado, Marcos se subía a la primera barra de las tres que había en la barandilla.
-¿Qué haces? ¡Te vas a caer! –chillé cogiéndole del brazo y tirando, intentando que bajara.
-No te preocupes Belén –contestó sonriéndome-. No me va a pasar nada.
Se soltó de mi mano y se puso de pie sobre la parte superior, abriendo los brazos y cerrando los ojos mientras el viento lo despeinaba.
-¡Estás loco! –gritó Julia, mirándome preocupada.                  
Me subí yo también al primer escalón para intentar alcanzarle. Él se dio cuenta y se apartó, esquivándome. Pero, al moverse, resbaló y perdió el equilibrio.
Vimos espantadas cómo se precipitaba al vacío durante los tres pisos de altura que tenía el edificio, hasta oír el golpe sordo que indicaba que había llegado al suelo.
Me asomé, histérica, y lo vi tirado en el suelo, inmóvil. Me lancé hacia las escaleras, nada dispuesta a esperar que llegara el ascensor. Sentí a Julia detrás de mí, pero pronto la dejé atrás. No tuve cuidado en disimular mi velocidad sobrehumana, y en menos de cinco segundos salía al exterior. Miré a derecha y a izquierda, hasta que localicé a Marcos, y lo que vi me dejó sin respiración.
Se había incorporado y sentado en el suelo, dejando detrás de él un charco de sangre. En la frente tenía una enorme herida que poco a poco se hacía más pequeña, hasta que, de pronto, ya no estaba. Tenía agarrado el hombro derecho, el cual estaba fuera de su sitio, y, con una mueca de dolor tiró de él para colocarlo.
A continuación, se palpó la tripa y, con un movimiento extraño seguido de un chasquido espeluznante, reparó una costilla que debía de tener rota.
Y fue entonces cuando levantó la mirada y me vio frente a él, con la boca abierta, incapaz de creer lo que acababa de presenciar.
Justo en aquel momento llegó Julia jadeando, y pasó corriendo a mi lado para abalanzarse sobre Marcos. En cambio, en vez de contestar a ninguna de las preguntas que mi amiga le hacía y hacer caso de su preocupación, él continuó con sus ojos clavados en los míos, intentando descifrar mi expresión atónita, o de adivinar mi reacción.
Mientras tanto, mi mente trabajaba a una velocidad frenética, procesando todo lo que acababa de ver e intentando darle sentido.
Y, de pronto, un interruptor saltó dentro de mi cabeza encajando todas las piezas.
-¡Vamos, Belén! –dijo Julia- ¡Llama a una ambulancia!
La miré, aún incapaz de moverme, sin escucharla apenas y sin haber entendido siquiera lo que había dicho.
-No, no es necesario. Estoy bien –interrumpió Marcos, comenzando a ponerse en pie.
-¿Qué haces? –dije, reaccionando por fin- Quédate quieto, estás herido.
Hizo caso omiso y se levantó como si nada le hubiera pasado. Se acercó hacia mí cauteloso, como dudando que en cualquier momento fuera a salir corriendo.
-Belén tiene razón –intervino Julia-. Esto está lleno de sangre, debes de tener alguna herida y podría ser grave.
-Estoy bien, de verdad –insistió él, parándose entre ambas-. Seguro que solo es un rasguño, pero si queréis luego iré a urgencias. De todas maneras, no es necesario llamar a ninguna ambulancia.
Entonces comenzó a sonar una música que rompió la atmósfera tensa que reinaba entre los tres. Julia sacó el móvil del bolsillo del pantalón.
-Vale papá. En un minuto estoy allí –colgó y volvió a guardar el teléfono-. Mi padre está aquí, había olvidado que venía a buscarme porque tenemos una cena familiar…
Se quedó mirándonos, evaluando si debía quedarse o si, a pesar de que su amigo se hubiera caído desde una altura como para matarse, y de que su mejor amiga pareciera estar en estado de shock, podía marcharse.
-Vete –dijo Marcos, poniendo la mejor de sus sonrisas-. Cuidaré de ella.
Julia asintió, al parecer de acuerdo con que la que necesitaba atención especial era yo, y no Marcos. Se puso de pie de un salto y echó a correr. En cuanto se perdió de vista, él se giró hacia mí y puso una mano a cada lado de mi cara, obligándome a que lo mirara a los ojos, aquellos ojos marrones…
Y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba temblando como una hoja, a pesar de que no hacía ni pizca de frío.
-Belén… -susurró Marcos, con cara de preocupación- Sé que lo que has visto es… No puedo explicar… Ojalá pudiera, de verdad, pero no puedo. Simplemente no puedo. Ojalá pudieras entenderlo, pero solo necesito que no digas nada, aunque no comprendas nada, por favor…
Y me estrechó entre sus brazos y me apretó fuerte contra su pecho. Enterré la cabeza en su hombro y me eché a llorar, porque él no sabía hasta qué punto lo entendía.