martes, 8 de enero de 2013

Capítulo 3.2


Las luces de neón comenzaban a marearme, o quizás era por el efecto de la inapropiada mezcla de alcoholes que había hecho. Estaba bailando alegremente con un chico alto y guapo, rubio de ojos verdes, al que había conocido al inicio de la noche. Se llamaba Juan, y me había confesado que era gay. Por eso bailaba con él, para remitir el complejo de culpabilidad que me entraba si me paraba a pensar en…
Jaime.
De pronto lo vi al otro lado de la sala, con un grupo de chicas a su alrededor riéndose tontamente, intentando llamar su atención, pero él mantenía sus ojos fijos en mí a través de la multitud. La verdad es que era muy guapo, con el pelo negro y revuelto, con aquella expresión seria que raramente veía en él, solo cuando estaba realmente preocupado… o enfadado.
-Ahora vuelvo –murmuré.
Juan no me escuchó, y cuando me vio alejarme dejó de bailar un instante, confundido. Pero no me dirigía hacia Jaime, sino hacia el lado contrario, hacia la salida. Necesitaba unos segundos para pensar antes de hablar con él. Sabía que no iba a ser una conversación entrañable. Me había pillado bailando borracha con un chico al que no conocía, a las tres de la mañana, en un local para mayores de edad. Pero, ¿qué hacía él aquí? Rogué por que hubiera sido una casualidad y no me hubiera estado buscando, porque significaría que mis padres le habían pedido que lo hiciera.
Entregué apresurada la ficha en la consigna y me entregaron el bolso y la americana. Me los puse y salí a la gélida noche de Madrid. Me abracé a mí misma y suspiré. La euforia provocada por el alcohol se había esfumado de golpe y solo quedaba un mareo y una inestabilidad que se acentuaba por culpa de los tacones.
Me alejé a cierta distancia de la entrada del local, porque no quería que el guardia de seguridad de la entrada se divirtiera a costa de la inminente escena.
Y, medio minuto después, ahí estaba. Me había seguido a través de la gente, como sabía que haría. Miró hacia la derecha, furioso, y al no ver nada se giró hacia la izquierda, clavando sus ojos directamente en mí. Su expresión se suavizó un instante al verme, pero pronto volvió a tensarse.
Avanzó a grandes zancadas hacia mí. Cuando llegó a donde estaba, me agarró fuertemente por un brazo y me llevó casi arrastrándome hasta una calle más estrecha. Si no fuera porque pocas cosas podían hacerme daño, él me habría dejado un buen moratón por la fuerza con la que me tenía cogida.
Doblamos la esquina y salimos de la calle principal en la que estaba el local. Me puso con la espalda apoyada en la pared y pensé que nunca lo había visto tan enfadado, y que lo que me había imaginado no era ni la mitad de lo que me esperaba.
Miraba de un lado a otro, pasándose las manos por el pelo continuamente, demasiado furioso para articular palabra. Mientras, yo lo miraba fijamente, asustada.
-Jaime, yo… -murmuré.
Se paró en seco, y me fulminó con la mirada.
-¿Tienes idea…? ¿Tienes idea de lo que he pasado estas tres últimas horas, Belén? –masculló, intentando contener su ira- Me ha llamado tu madre llorando, Belén, diciendo que no sabía dónde estabas, que no contestabas al móvil.
Abrí la boca para replicar, pero caí en la cuenta que, desde que había dejado el bolso en el guardarropa horas atrás, hasta entonces, no había mirado el móvil. Y le había prometido a mamá volver pronto… Me callé y dejé que continuara. Había vuelto a moverse nerviosamente de un lado para otro.
-Te he cubierto –abrí mucho los ojos, mirándolo sorprendida-. Les he dicho que sabía dónde estabas y con quién. Que iría a buscarte tranquilamente, que estaba todo bien, que seguramente te habrías quedado sin batería.
-¿Por qué has hecho eso?
Me miró con los ojos brillantes, intensos, durante unos instantes. Finalmente, se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y miró hacia otro lado.
-No quería que llamaran a la policía ni que se preocuparan. Pero claro…-comenzó a murmurar evitando constantemente mi mirada-, yo no sabía nada. Podrías haber estado en cualquier lado, con cualquier persona… He estado buscándote desde las doce, Belén, y son las tres. Y de pronto te encuentro bailando con el chulo de turno, completamente borracha.
-Era gay –le interrumpí.
-Lo que quiero decir –dijo con los ojos cerrados, pareciendo de pronto muy cansado-, es que podría haber pasado cualquier cosa, ¿cómo demonios se te ocurre salir sola de noche, sin decir nadie a dónde vas?
-Solo quería divertirme.
Pegó un fuerte puñetazo en la pared, a la derecha de mi cabeza.
-¡Joder, Belén! ¡¿Tienes idea de lo que he pasado esta noche?!
Agaché la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada un segundo más, notando cómo las lágrimas luchaban por salir. Estaba claro que no podía decirle que nada podría haberme pasado, que solo había una persona en todo el planeta capaz de hacerme daño físicamente, y este estaba con mi mejor amiga.
-¿Por qué lo has hecho? –inquirió en un tono suave, libre de furia, pero profundamente dolido- Contéstame, ¿por qué?
Dio un paso hacia mí y me cogió la barbilla con la mano, obligándome a mirarlo.
-¿Por qué? –susurró de nuevo.
-Me sentía sola –contesté dejando escapar un par de lágrimas.
Pude ver reflejado en su rostro la sorpresa que sentía. Mi respuesta lo había desconcertado.
-¿Por qué? –repitió.
-Marcos y Julia están juntos.
Frunció el ceño ante la noticia. De pronto, abrió mucho los ojos, horrorizado.
-No estarás…enamorada de Marcos, ¿no?
-No –aseguré-. Pero tengo miedo… de que Julia se aleje de mí…
-Sabes que eso no va a suceder –me interrumpió.
-Y porque todo el mundo parece tener a alguien –continué sin hacerle caso. Omití el motivo más importante de todos y, es que, al parecer, yo sentía las cosas con mayor intensidad que el resto. Me sentía estúpida habiendo montado todo aquel numerito por una tontería y, sin embargo, la sensación de malestar volvía al pensar en el tema.
Suspiró, y me miró con ternura. Me atrajo hacia sí y me hundí en su pecho, sintiéndome reconfortada.
-Tú me tienes a mí –murmuró pasados unos segundos.
Me separé de él, tan solo un poco, lo suficiente para poder mirarlo a los ojos. Vi la duda reflejado en ellos. Así que, como llevaba los tacones, no necesité ponerme de puntillas para acercar mi rostro al suyo y besarle.
Al principio no reaccionó, pero, tras unos instantes, noté una mano en mi pelo y la otra en mi cintura, empujándome contra él.
“Julia tenía razón, sigue sintiendo lo mismo” no pude evitar pensar. Sin embargo, seguramente era debido a que la estrategia de Marcos había funcionado.

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