Las luces de neón
comenzaban a marearme, o quizás era por el efecto de la inapropiada mezcla de
alcoholes que había hecho. Estaba bailando alegremente con un chico alto y
guapo, rubio de ojos verdes, al que había conocido al inicio de la noche. Se
llamaba Juan, y me había confesado que era gay. Por eso bailaba con él, para
remitir el complejo de culpabilidad que me entraba si me paraba a pensar en…
Jaime.
De pronto lo vi al otro
lado de la sala, con un grupo de chicas a su alrededor riéndose tontamente,
intentando llamar su atención, pero él mantenía sus ojos fijos en mí a través
de la multitud. La verdad es que era muy guapo, con el pelo negro y revuelto,
con aquella expresión seria que raramente veía en él, solo cuando estaba
realmente preocupado… o enfadado.
-Ahora vuelvo –murmuré.
Juan no me escuchó, y
cuando me vio alejarme dejó de bailar un instante, confundido. Pero no me
dirigía hacia Jaime, sino hacia el lado contrario, hacia la salida. Necesitaba
unos segundos para pensar antes de hablar con él. Sabía que no iba a ser una
conversación entrañable. Me había pillado bailando borracha con un chico al que
no conocía, a las tres de la mañana, en un local para mayores de edad. Pero,
¿qué hacía él aquí? Rogué por que hubiera sido una casualidad y no me hubiera
estado buscando, porque significaría que mis padres le habían pedido que lo
hiciera.
Entregué apresurada la
ficha en la consigna y me entregaron el bolso y la americana. Me los puse y
salí a la gélida noche de Madrid. Me abracé a mí misma y suspiré. La euforia
provocada por el alcohol se había esfumado de golpe y solo quedaba un mareo y
una inestabilidad que se acentuaba por culpa de los tacones.
Me alejé a cierta distancia
de la entrada del local, porque no quería que el guardia de seguridad de la
entrada se divirtiera a costa de la inminente escena.
Y, medio minuto
después, ahí estaba. Me había seguido a través de la gente, como sabía que
haría. Miró hacia la derecha, furioso, y al no ver nada se giró hacia la izquierda,
clavando sus ojos directamente en mí. Su expresión se suavizó un instante al
verme, pero pronto volvió a tensarse.
Avanzó a grandes
zancadas hacia mí. Cuando llegó a donde estaba, me agarró fuertemente por un
brazo y me llevó casi arrastrándome hasta una calle más estrecha. Si no fuera
porque pocas cosas podían hacerme daño, él me habría dejado un buen moratón por
la fuerza con la que me tenía cogida.
Doblamos la esquina y
salimos de la calle principal en la que estaba el local. Me puso con la espalda
apoyada en la pared y pensé que nunca lo había visto tan enfadado, y que lo que
me había imaginado no era ni la mitad de lo que me esperaba.
Miraba de un lado a
otro, pasándose las manos por el pelo continuamente, demasiado furioso para
articular palabra. Mientras, yo lo miraba fijamente, asustada.
-Jaime, yo… -murmuré.
Se paró en seco, y me
fulminó con la mirada.
-¿Tienes idea…? ¿Tienes
idea de lo que he pasado estas tres últimas horas, Belén? –masculló, intentando
contener su ira- Me ha llamado tu madre llorando, Belén, diciendo que no sabía
dónde estabas, que no contestabas al móvil.
Abrí la boca para
replicar, pero caí en la cuenta que, desde que había dejado el bolso en el
guardarropa horas atrás, hasta entonces, no había mirado el móvil. Y le había
prometido a mamá volver pronto… Me callé y dejé que continuara. Había vuelto a
moverse nerviosamente de un lado para otro.
-Te he cubierto –abrí
mucho los ojos, mirándolo sorprendida-. Les he dicho que sabía dónde estabas y
con quién. Que iría a buscarte tranquilamente, que estaba todo bien, que
seguramente te habrías quedado sin batería.
-¿Por qué has hecho
eso?
Me miró con los ojos
brillantes, intensos, durante unos instantes. Finalmente, se metió las manos en
los bolsillos de los vaqueros y miró hacia otro lado.
-No quería que llamaran
a la policía ni que se preocuparan. Pero claro…-comenzó a murmurar evitando
constantemente mi mirada-, yo no sabía nada. Podrías haber estado en cualquier
lado, con cualquier persona… He estado buscándote desde las doce, Belén, y son
las tres. Y de pronto te encuentro bailando con el chulo de turno,
completamente borracha.
-Era gay –le
interrumpí.
-Lo que quiero decir
–dijo con los ojos cerrados, pareciendo de pronto muy cansado-, es que podría
haber pasado cualquier cosa, ¿cómo demonios se te ocurre salir sola de noche,
sin decir nadie a dónde vas?
-Solo quería
divertirme.
Pegó un fuerte puñetazo
en la pared, a la derecha de mi cabeza.
-¡Joder, Belén!
¡¿Tienes idea de lo que he pasado esta noche?!
Agaché la cabeza,
incapaz de sostenerle la mirada un segundo más, notando cómo las lágrimas
luchaban por salir. Estaba claro que no podía decirle que nada podría haberme
pasado, que solo había una persona en todo el planeta capaz de hacerme daño
físicamente, y este estaba con mi mejor amiga.
-¿Por qué lo has hecho?
–inquirió en un tono suave, libre de furia, pero profundamente dolido-
Contéstame, ¿por qué?
Dio un paso hacia mí y
me cogió la barbilla con la mano, obligándome a mirarlo.
-¿Por qué? –susurró de
nuevo.
-Me sentía sola
–contesté dejando escapar un par de lágrimas.
Pude ver reflejado en
su rostro la sorpresa que sentía. Mi respuesta lo había desconcertado.
-¿Por qué? –repitió.
-Marcos y Julia están
juntos.
Frunció el ceño ante la
noticia. De pronto, abrió mucho los ojos, horrorizado.
-No estarás…enamorada
de Marcos, ¿no?
-No –aseguré-. Pero
tengo miedo… de que Julia se aleje de mí…
-Sabes que eso no va a
suceder –me interrumpió.
-Y porque todo el mundo
parece tener a alguien –continué sin hacerle caso. Omití el motivo más
importante de todos y, es que, al parecer, yo sentía las cosas con mayor
intensidad que el resto. Me sentía estúpida habiendo montado todo aquel
numerito por una tontería y, sin embargo, la sensación de malestar volvía al
pensar en el tema.
Suspiró, y me miró con
ternura. Me atrajo hacia sí y me hundí en su pecho, sintiéndome reconfortada.
-Tú me tienes a mí
–murmuró pasados unos segundos.
Me separé de él, tan
solo un poco, lo suficiente para poder mirarlo a los ojos. Vi la duda reflejado
en ellos. Así que, como llevaba los tacones, no necesité ponerme de puntillas
para acercar mi rostro al suyo y besarle.
Al principio no
reaccionó, pero, tras unos instantes, noté una mano en mi pelo y la otra en mi
cintura, empujándome contra él.
“Julia tenía razón,
sigue sintiendo lo mismo” no pude evitar pensar. Sin embargo, seguramente era
debido a que la estrategia de Marcos había funcionado.
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