lunes, 8 de octubre de 2012

Capítulo 2.4


Las dos siguientes horas nos las pasamos contándonos cómo habían transcurrido nuestros primeros días tras el experimento. Él solo había faltado a clase dos días, pero el resto de la semana había estado a punto de desmayarse en medio del aula un par de veces. Él también había tenido aquellos horribles dolores de cabeza el primer día, pero al segundo ya había remitido y, a excepción de algún mareo, había estado perfecto a los tres días.
Durante las tardes siguientes, se había dedicado a alejarse de la ciudad y probar la velocidad a la que podía correr y la resistencia que tenía, obteniendo resultados asombrosos. También había ido al gimnasio y, ni poniendo todo el peso disponible para una sola barra, había tenido ningún problema en levantarlo.
El viernes, es decir, el día anterior, había hecho la prueba de saltar de aquel edificio, y había vuelto a sorprenderse de sus capacidades.
Le conté que yo había descubierto con él, y sin siquiera intentarlo, la habilidad de leer el pensamiento. Le expliqué que, en realidad, él no había hablado y era yo la que le había escuchado pensar. Se rió y me culpó de haber hecho que pensara que el golpe le había afectado.
Empezamos a andar hacia mi casa, a unas dos horas caminando a buen ritmo. Descubrí que él no vivía muy lejos de mí, y decidió acompañarme hasta el portal, como la noche anterior.
Tras tanto rato charlando con él, descubrí que para nada era el chico violento, egocéntrico y prepotente por el que lo había tomado. Todo lo contrario, era atento y galante, inteligente y divertido. Gratamente sorprendida, el tiempo se me pasó volando de una conversación a otra.
Finalmente, reuní el valor para formularle la pregunta que llevaba rumiando en mi mente desde nuestro encuentro.
-Marcos, ¿qué es lo que te ha recordado aquel chico con el que te has peleado para que te afectara tanto?
Observé atentamente su reacción, cómo, por un segundo, se le crispaba la cara y encogía las manos en puños, ante la simple mención del incidente. Pero se relajó y puso una sonrisa cordial.
-Ese chico iba a mi antiguo colegio –explicó-. Siempre me he llevado fatal con él, y ninguno de los dos hemos hecho nada para evitarlo. Es más, no es la primera vez que nos pegamos… Nunca tanto, pero hace tiempo que aprendió cuáles eran mis puntos débiles y aprendió a usarlos y desde entonces hemos acabado mal bastantes veces. No sé cómo se enteró, pero sabe varias cosas muy… dolorosas en mi pasado, y las usa para picarme. Hoy nos hemos cruzado y me ha saludado diciéndome… Cosas que me han sacado de quicio, y he perdido el control. Creo que jamás me había afectado de esta manera. Pero con todo lo que me ha pasado y lo que ha dicho, no he podido evitarlo, ¿sabes? Creo que he desahogado toda mi rabia de estos últimos tiempos con él.
Guardé silencio, asimilando lo que me había dicho. ¿Cosas muy doloras en su pasado? No tenía ni idea de qué podría haberle ocurrido, pero estaba claro que no tenía ganas de contármelo. Tampoco quería presionarle, si tan mal lo había pasado, por muy grande que fuera mi curiosidad.
-Entiendo por qué te has puesto de ese modo. Si hubiera sido yo, creo que me hubiera pasado lo mismo, salvo porque ni tú hubieras sido capaz de sacarme de ahí –sonrió-. Todo esto, todo lo que nos han hecho… Es sencillamente cruel. No sé ni por qué, ni por quién, pero de pronto mi vida ha cambiado totalmente. Yo no he pedido esto, no quiero esto.
Hice una pausa y respiré hondo para calmarme, notando cómo las lágrimas que no había derramado en aquellas semanas acudían ahora.
-Hasta ayer no lo había asimilado –continué-. Hasta que no vi que tú vivías con ello e incluso te probabas a ti mismo, no fui capaz de entender que ya no soy la chica de antes.
Agaché la cabeza y me mordí el tembloroso labio, con los ojos empañados.
-¿La chica de la vida perfecta? –dijo suavemente.
Asentí.
-Has tenido que dejar a Jaime, ¿verdad? Mentirle y decirle que no le quieres como nada que no sea amigos.
Levanté la cabeza, y lo miré sorprendida. Él se limitó a encogerse de hombros.
-No pude evitar escucharte cuando cortaste con él. Lo siento.
Abrí la boca para protestar, pero la cerré, porque en realidad me daba igual.
-No importa –suspiré-. Supongo que debe de saberlo todo el colegio a estas alturas.
-Le quieres –afirmó, sin hacer caso de mi comentario anterior.
-Sí –contesté sin dudar-. Y por eso lo he dejado, porque no quiero tener que mentirle sobre algo tan importante de mi vida.
-No tienes por qué mentirle –dijo entonces. Lo miré preguntándome a qué se estaría refiriendo-. No creo que nunca llegue a salir el tema de si alguna vez te han secuestrado, de si eres capaz de levantar un camión con una mano o ganar en cualquier deporte olímpico, ¿no crees?
-Creo que no te sigo.
Rió, entusiasmado ante su gran idea.
-Quiero decir, que simplemente con que le ocultes una pequeña e irrelevante parte de ti –fui a quejarme por aquello de “irrelevante”, pero me calló con un gesto de su mano-, podrías conseguir que funcionara.
-¡Pero eso sería como mentir!
-¿Le quieres o no? –asentí con la cabeza- Pues entonces creo que no pierdes nada por intentarlo. Además, creo que llevabas mucho tiempo esperando a que llegara este momento, ¿no?
-Pero, ¿tú cómo sabes todo eso? –pregunté sorprendida.
-Porque yo también descubrí cómo escuchar lo que piensa la gente –admitió.
Me puse roja como un tomate, avergonzada por lo que podría haber escuchado.
-¡Y lo usas conmigo! –exclamé pegándole un puñetazo en el hombro.
Él empezó a reírse y trató de protegerse de mis golpes, sin mucha dificultad.
-No lo he usado contigo –dijo-. Escuché sin querer a Julia ayer, y seguí probando el resto de la tarde y aprendí cómo usarlo. Julia no paraba de pensar en qué hacer después para distraerte y que no pensaras en Jaime, porque no sabía por qué lo habías dejado, pero estaba convencida de que tú estabas mal. Que desde tu enfermedad te notaba diferente, pero a lo largo de la tarde se relajó y se dio cuenta de que nada había cambiado y tú seguías siendo la misma de siempre. Y… bueno, nada.
-¿Y…? ¿Qué? ¿Qué más?
-No paraba de pensar en lo guapo y divertido que le parecía… -confesó ligeramente cortado.
Me reí de buena gana.
-Eso te pasa por meterte en la cabeza de la gente –le reprendí-. Pero, para tu tranquilidad, Julia solo tiene una ligera obsesión contigo, lo cual es muy frecuente en ella. Ya se le pasará.
Caminamos unos minutos en silencio, hasta que llegamos a mi casa.
-Bueno, ya estamos –sonreí-. Gracias por acompañarme.
-De nada. ¿Estás bien, seguro?
-Sí, sí, no te preocupes.
Me miró como intentando averiguar si estaba mintiendo o no. Pareció ver que ya estaba perfectamente, porque se relajó y sonrió.
-De acuerdo. Pues en ese caso, hasta el lunes. Llámame si necesitas cualquier cosa.
Se acercó y me dio un beso en la frente, igual que la noche anterior. Se dio la vuelta, y cuando ya se había alejado un poco, lo llamé.
-¿De verdad crees que tendría que intentarlo con Jaime? –pregunté insegura.
-Sí –confirmó-. Te ayudaré, no te preocupes. Así que, prepárate, porque el lunes empieza nuestra operación recuperar a tu chico.