martes, 4 de septiembre de 2012

Capítulo 2.3


El viaje de vuelta en el taxi transcurrió en un silencio incómodo. Llevaba la frente apoyada en el cristal, mirando la ciudad pasar. Notaba las constantes miradas de Marcos, pero había decidido no hacer caso.
Todavía no entendía por qué no le había contado todo, pero no pensaba hacerlo. Todo estaba sucediendo demasiado deprisa. Ni siquiera había asimilado todavía lo que me había ocurrido, ni que Marcos y yo ahora fuésemos amigos… Y, de pronto, él había pasado también por todo aquello.
-¿Seguro que estás bien? –preguntó por enésima vez.
Lo miré y no pude evitar reírme de su gesto preocupado.
-Estoy perfectamente, me lo he tomado mejor de lo que crees –me mordí la lengua, dudando si confesar o no. Pero, cuando aún no había decidido, el taxi se detuvo, anunciando que habíamos llegado a mi casa.
Bajé del coche mientras él pagaba al conductor y tomé una bocanada del aire frío de la noche. Caminé hacia el portal y en seguida Marcos me alcanzó y se puso a mi lado.
-Ojalá pudiera decirte todo, de verdad. No hay nadie a quien quiera contarle lo que me ha pasado más que a ti pero…
Me giré hacia él y le sonreí.
-Lo sé, Marcos. No puedes explicarme nada. Lo entiendo, no te preocupes.
Se quedó quieto en el sitio, mirándome con la boca abierta. Me detuve yo también y nos quedamos el uno frente al otro, a unos cuantos pasos de distancia.
-¿Cómo…Cómo has sabido lo que estaba pensando? –balbuceó, atónito.
-¿Pensando? Me lo has dicho en voz alta.
-No he abierto la boca, Belén. Pero estaba pensando exactamente en lo que me has respondido.
Abrí la boca para decirle que el golpe parecía haberle afectado más de lo que habíamos creído, pero la cerré al instante, aceptando lo que me había dicho. Le había escuchado pensar. Otro de los múltiples síntomas de aquel experimento era leer el pensamiento. No sabía cómo, ni por qué, pero estaba segura.
Decidí sonreír y fingir normalidad.
-Estás desorientado, acabas de caer desde una altura como para matarte, es lógico que no sepas lo que dices.
Por un momento pareció que iba a replicar, probablemente seguro de lo que había ocurrido, pero, finalmente, se relajó y sonrió.
-Sí, debes de tener razón –accedió por fin-. Al fin y al cabo, soy yo el que se ha dado un golpe en la cabeza.
Contesté a su sonrisa sintiéndome culpable por hacerle pensar aquello.
-Bueno, Marcos, me voy a dormir. Descansa, ¿quieres? A ninguno de los dos nos vendrá mal.
-Buenas noches Belén –se acercó y me dio un beso en la frente-. Gracias por todo.
Me metí en el portal decidida a contarle todo cuando lo viera en clase, tres días después.

Me despertó por la mañana el sonido del móvil. Miré la pantalla y vi que era Julia.
-¿Sí?
-Perdón por despertarte –dijo su voz cantarina al otro lado del teléfono- ¿Qué tal anoche cuando me fui? ¿Marcos estaba bien? ¿Y tú?
-Todo bien, tranquila. Marcos estaba perfectamente, y yo…¿por qué iba a estar mal?
-Tendrías que haberte visto la cara ayer, ¡estabas completamente ida! Temía que te fueras a desmayar o algo.
-Pues no tienes de qué preocuparte, estoy bien. Te llamo luego, ¿vale?
Colgué y lancé el móvil a la alfombra. Hundí la cabeza en la almohada, tentada por la idea de llamar a Jaime. Pero quizás una llamada mía le daría esperanzas; por ahora tenía que darle espacio.
Acto seguido se me ocurrió hablar con Marcos, pero saldría el tema de la noche anterior, y yo aún no había ensayado la forma en que le iba a contar todo.
Tras varios minutos pensando qué hacer, opté por salir a correr. No lo había hecho desde aquel día en que todo se había torcido y yo había terminado atada a una camilla. El simple recuerdo me dio náuseas, pero decidí vencer el miedo y, tras cambiarme de ropa y recogerme el pelo, salí de casa en dirección a cualquier lugar.
Una vez en la calle, pasando a toda velocidad junto a los demás peatones, decidí que ya era hora de poner mis ideas en orden. Hacía casi dos semanas que mi vida había cambiado, pero todavía me lo seguía negando a mí misma.
Sin embargo, el darme cuenta de que Marcos sí que lo había aceptado e incluso había comenzando a probar sus nuevas habilidades, me había hecho darme cuenta de que aquello ya era una realidad. Estaba empezando a aceptar que era capaz de saltar desde alturas imposibles, curarme de horribles heridas en segundos,… porque si él podía, entonces yo también podría. Pensé en cómo sería a partir de ahora mi vida pudiendo escuchar lo que pasaba por la cabeza de cualquier persona, correr a velocidades increíbles, escuchar con total claridad a metros de distancia. Y, seguramente, era más lo que me quedaba por descubrir que lo que ya había descubierto. Por eso necesitaba a alguien a mi lado. Y solo había una persona que podía ayudarme.
Aceleré el ritmo, procurando que no fuera demasiado llamativo a ojos de alguien normal lo rápido que iba. Pronto llegué a un parque en el extremo opuesto de la ciudad sin estar sudando apenas.
Vi a un grupo de gente que rodeaban algo, y me acerqué curiosa. Paré la música y me coloqué los cascos en el cuello, y pude escuchar los gritos que de allí procedían. Eran los gritos propios de una pelea.
Me acerqué todo lo deprisa que pude y me metí a codazos entre la multitud hasta conseguir llegar al medio, donde había un chico tirado en el suelo, encogido sobre sí mismo para intentar protegerse de las patadas que le lanzaba otro muchacho de pie a su lado.
   Me fijé en el rostro del chico que seguía pegando al otro, y el corazón se me detuvo un instante al ver que era Marcos, cubierto de lágrimas y con un gesto de rabia que me dio hasta miedo.
¿Qué hacía él envuelto en una pelea? Pero, sabiendo la fuerza que poseía, mucha más de lo normal, si continuaba así iba a matar al pobre indefenso. Así que me tragué las ganas de esperar a que me viera y marcharme, y avancé sin vacilar hasta él, metiéndome entre los dos.
Al principio, pareció que no me veía e intentó apartarme y continuar con su paliza, pero le cogí el rostro entre mis manos y le obligué a que me mirara a los ojos. Cuando se dio cuenta de quién era, se desmoronó y, por un momento, no era más que un niño asustado. Me abrazó y no supe cómo reaccionar.
-Vámonos de aquí, Marcos –me separé de él y le cogí de la mano-. No pasa nada.
Le guié fuera de aquel corro, entre insultos de la gente más valiente; el resto se apartaba de su camino. Nos alejamos lo suficiente para que nadie nos molestara, lejos de las miradas de los curiosos, y nos sentamos en el césped.
Me quedé mirándolo, y vi cómo, poco a poco, una brecha que tenía en la ceja se le iba cerrando, dejando como única prueba de su existencia una mancha de sangre.
Respiré hondo, intentando encontrar la forma de lidiar con aquello. Por un lado, mi primera reacción habría sido irme y no volver a dirigir la palabra a Marcos, porque no quería la ayuda de alguien violento como él. Pero, por otro lado, no sabía los motivos por los que se había peleado, y si era mi amigo debería escucharlo antes de juzgarlo.
-Siempre ves lo que no deberías ver –murmuró, intentando esbozar una sonrisa.
-Deberías darme las gracias –dije con tono alegre, a pesar de que lo decía en serio-. No te dabas ni cuenta de lo que hacías, si hubieras seguido un poco más…
Me estremecí, pensando en las consecuencias que tendría para Marcos cargar con un asesinato a los diecisiete años.
-Belén –dijo mi nombre como un ruego, a punto de echarse a llorar-. Yo no soy así, de verdad. Pero últimamente… me han pasado cosas. Cosas que no te puedo contar. Y encima está… Y ese chico me lo ha recordado. Pero… Pero… -se le quebró la voz-. Por favor, Belén, no pienses que soy así. Pero es que no puedo más. No pedí esto y estoy solo… Y no sé qué hacer.
Se me empañaron los ojos viendo a un chico tan duro como él llorando de aquella manera y tan perdido.
-Ven aquí –dije, atrayéndolo hacia mí.
Enterró la cabeza en mi hombro y lo abracé, acariciándole el pelo e intentando que se calmara.
Y fue entonces cuando me decidí a contárselo. No era justo que él se sintiera de aquella manera cuando yo me pensaba la forma en la que decírselo. Marcos necesitaba a alguien a su lado, y tenía que ser yo esa persona.
-Marcos, no estás solo –dije suavemente.
Se incorporó y se secó las lágrimas, recuperando la compostura. Negó con la cabeza al tiempo que murmuraba:
-No lo entiendes, no lo entiendes,… Ojalá pudieras,…
-Marcos –suspiré. Él continuó mirando al suelo-. Marcos, mírame –levantó la cabeza y yo comencé a hablar-. No estás solo ¿Te acuerdas de que en la camilla de al lado tuyo había una chica, la noche en que pasó todo? Era yo. Yo también he formado parte del experimento, y tampoco sé qué hacer.
-¿Eras tú? –susurró, con los ojos como platos.
-Sí.
De pronto me encontraba entre sus brazos, mientras me mecía contra su pecho. Me quedé tensa unos instantes, hasta que por fin me relajé y cerré los ojos, dándome cuenta de lo mucho que había anhelado alguien a quien confiarle aquello. Se me escaparon un par de lágrimas, pero pronto sonreí y dije:
-Así que no te me vengas abajo, ¿eh? Que me tienes a mí.