martes, 17 de enero de 2012

Capítulo 1.4


   A la mañana siguiente, estaba lista antes de la hora. Para sorpresa de Julia, cuando entró en el portal de mi casa, yo ya estaba esperándola.
   -Madre mía, debería haber intentado juntaros hace mucho, me habría ahorrado largas horas de espera –comentó riendo mientras caminábamos.
   Sonreí, no queriendo volver a describir lo maravilloso que era Jaime durante dos horas, como había hecho la tarde anterior. Como una buena mejor amiga, ella se había alegrado como si, en vez de pasarme a mí, le hubiera pasado a ella.
   Caminamos, para variar, hablando de Marcos, el chico nuevo. Julia no era capaz de hablar de otra cosa. Le conté lo sucedido con él la tarde anterior, la discusión que tuvimos.
   -¿Y no me lo contaste ayer cuando me llamaste? –preguntó, ofendida.
   -Lo cierto es que se me olvidó por completo.
   Julia resopló y puso los ojos en blanco.
   -No creo que a mí llegara a olvidárseme jamás ningún piropo salido de esos labios… -de pronto, su cara se iluminó y me agarró del brazo, emocionada- ¿En serio te dijo que yo le parecía muy simpática?
   Reí y volví a contarle con todo lujo de detalles la parte de la conversación referida a eso. Caminamos elaborando teorías de lo que podrían significar aquellas palabras, y de las posibilidades que tendría mi amiga de que Marcos le dijera que sí en caso de que lo invitara a dar una vuelta aquel viernes.
   -Pero… tendrías que venir tú también, ¿eh? –me miró, suplicante.
   -¿Yo? ¿Para qué? ¡Ni hablar! Suficiente tengo con verlo en clase todos los días.
   -Por favor, te lo suplico… ¡Imagínate que no sé qué tema sacar! Es que si la primera tarde quedamos solos, podría ser un desastre y que no quisiera volver a salir conmigo. Con más gente es menos… violento. Te podrías traer a Jaime.
   Pensé en la reacción de Jaime cuando lo invitara a un plan en el que estaba Marcos, un chico al que ninguno de los dos soportábamos.
   -Si consigues convencerlo, entonces vale.
   -¡Gracias!
   Ya iba a decir que dudaba mucho que lograra que Jaime aceptara semejante proposición, pero me mordí la lengua, no queriendo arruinar la felicidad de Julia: caminaba dando saltos de alegría, prácticamente.
    Llegamos al patio, y nos sentamos en nuestro sitio habitual. No tardamos en localizar a Marcos, justo en frente de nosotras, al otro lado del patio, sentado en el suelo junto a su mejor amigo, Rafa.
   Al parecer, Rafa y él eran como Jaime y yo, casi primos. Habían ido siempre a la misma escuela y, por motivos desconocidos, el año pasado Rafa se cambió a nuestro colegio, dejando a su amigo del alma atrás. Pero, tras no conseguir que su madre lo dejara cambiarse al mismo colegio, Marcos había logrado que lo expulsaran del otro y así poder venir a este.
   Quizá hacía falta más que esfuerzo para conseguir entablar una buena relación de amistad con Marcos, pero estaba claro que, una vez lo hacías, sabía ser amigo de sus amigos.
   -¿Has visto a Jaime? –inquirí recorriendo el patio con la mirada.
   Negó con la cabeza, mientras seguía observando a Marcos sin disimulo alguno. Mientras tanto, yo volví la cabeza a mi móvil y le mandé un mensaje a  Jaime.
   “¿Dónde estás? Yo estoy donde siempre. He llegado pronto tal y como te dije, pero tú no, ¿eh? ¡Ya te vale! Date prisa, te estoy esperando…”
   En menos de treinta segundos, sentí el teléfono vibrar en mis manos y la pantalla iluminarse, anunciando una respuesta.
   “Yo también estaba aquí pronto, pero he tenido que volver porque me había dejado una cosa. Estoy ya en la entrada, ¡espérame un poco más!”
   Sonreí, preguntándome qué sería eso tan importante que había provocado que se volviera a su casa solamente para cogerlo. Bien era cierto que su casa estaba a cinco minutos andando desde allí, pero, conociendo su puntualidad, era un hecho bastante llamativo.
   Precisamente en aquel momento, vi cómo bajaba las escaleras que daban al patio, y me levanté para ir en su busca. No tardó en verme, y la sonrisa que se dibujó en su cara hizo que aquellos minutos de espera hubieran merecido la pena.
   Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, me abrazó y me dio un suave beso.
   -¿Qué es eso tan increíble que ha conseguido que llegues tarde, algo que yo no he conseguido en toda la vida?
   -Una sorpresa. Ven, que te la enseño.
   Fuimos de vuelta hacia donde habíamos dejado las mochilas. Julia ya no estaba ahí. Se me ocurrió que quizá estaría con Marcos y miré para comprobarlo. Efectivamente, estaba sentada a su derecha charlando animadamente con él. Mi mirada se posó casualmente en Marcos, que resultó que me estaba mirando con una expresión extraña, pero desde tan lejos no fui capaz de descifrar su significado; parecía una mezcla entre decepción y diversión.
   Me encogí de hombros y volví mi atención a Jaime, que estaba sacando una carpeta pequeña pero muy abultada de su mochila. Quitó las gomas que la cerraban y la abrió. Dentro había varios montones de fotos, separados entre sí por papeles. No tardé en reconocerlas.
   -Son tus regalos de cumpleaños… -murmuré, cogiendo el primer montón.
   Cada año, desde que había aprendido lo que era una foto, le había hecho el mismo regalo de cumpleaños a Jaime: imprimía varias imágenes en las que salía junto a él y por detrás escribía algún comentario, una frase, una anécdota,…
   -Desde que empezaste a hacerlo –sonrió él-. Creo que fue cuando cumplí cinco años, que a ti te habían regalado una cámara por Navidad y te la llevabas a todas partes.
   -Sí, yo también me acuerdo.
   En la primera foto aparecíamos él y yo a la edad de cuatro años, sentados en un banco comiendo dos enormes helados. Aquella era una de mis favoritas. Formaba parte del regalo que le hice el año anterior, de eso estaba segura.
   -Menos mal que has vuelto a buscarlo –comenté mirando las siguientes-. Así hoy no me aburriré tanto en clase.
   Las guardé y metí la carpeta en la mochila, dispuesta a reservarlas para todas las horas que tendría que estar sentada delante del pupitre, sin otra cosa que hacer que verlas… o atender, claro.
   Comenzamos a hablar y al poco rato sonó el timbre que indicaba el comienzo de la jornada. Fuimos a las escaleras y busqué a Julia para subir juntas como siempre, pero no había ni rastro de ella. Seguirá con Marcos, pensé. Y entonces me vino a la cabeza la mirada que le había pillado echándome y me pregunté cómo mi mejor amiga era capaz de soportarlo. Y así, sin quererlo, pero por segunda vez consecutiva, empecé el día pensando en Marcos y sus ojos marrones.

martes, 10 de enero de 2012

Capítulo 1.3

   A la salida de clase, estaba esperando pacientemente a que bajara Jaime para irnos juntos a casa. Julia ya se había marchado porque tenía médico y su madre se la llevaba en coche.
   Tecleaba rápidamente en mi móvil cuando alguien pasó a mi lado y me susurró en el oído:
   -¿Nadie te ha dicho nunca lo guapa que eres?
   Me giré rápidamente, roja como un tomate, sabiendo de antemano que el que me había hablado no era Jaime, el único del que habría querido escuchar semejantes palabras. Me topé con unos ojos marrones que me miraban divertidos, y una sonrisa descarada a tan solo unos cuantos centímetros de mí.
   Sentí cómo se me había acelerado el corazón por el susto, o al menos eso me dije. Conseguí tranquilizarme y lo miré desafiante.
   -¿Y a ti nadie te ha dicho nunca que tanta idiotez no es buena?
   Marcos rió despreocupadamente, y me dieron ganas de darle una bofetada. Iba a la misma clase que yo y, en tan solo una semana, había conseguido que no lo soportara. No me molestaba que contestara a los profesores o que no hiciera caso de absolutamente nada de lo que le decían, de hecho, me hacía gracia. Lo que no soportaba era ese detestable aire de superioridad con que trataba a todas las personas con las que lo había visto relacionarse. Curiosamente, la única excepción era Julia, con la que había empezado a llevarse sorprendentemente bien desde aquella mañana, para deleite de mi mejor amiga y envidia del resto del alumnado femenino.
   -Lo cierto es que me lo dicen a menudo.
   -No me extraña –respondí dándome la vuelta y buscando a Jaime con la mirada. Acababa de ver pasar a dos chicos de su clase.
   -No te pareces en nada a tu amiga, ¿eh? Julia y tú sois completamente distintas –comentó Marcos, que se había puesto delante de mí, tapándome la vista de la escalera por la que continuaban bajando más alumnos.
   -¿Y en qué te basas para decir eso? Ni siquiera me conoces –contesté mirándolo de nuevo, exasperada.
   -No sé, ella es muy simpática. Tú, en vez de dieciséis, parece que tienes cuarenta y séis. ¿No te cansas de ser tan seria?
   Lo fulminé con la mirada, empezando a enfadarme de verdad.
   -Para empezar, no tienes ni idea de cómo soy. Y sí, Julia es, para ser exactos, tan simpática que, fíjate por dónde, es mi mejor amiga desde hace siete años. Entiendo que sea la única persona del colegio a la que te dignas a mirar a la cara y a tratar como si no tuviera que besar el suelo en que pisas. Lo que no entiendo es cómo puede soportarte, yo soy incapaz.
   -¿Belén? –escuché la voz de Jaime junto a mí.
   Lo miré y me di cuenta de que estaba muy cerca de Marcos, con las mejillas encendidas y las manos cerradas en puños. Noté la mano de Jaime en mi cintura y cómo me separaba de Marcos, para acercarse él.
   -¿Tienes algún problema con ella?
   -Pues mira, sí: quizá ella no quiera admitirlo, pero está loca por mí –contestó Marcos, divertido, sin apartar la mirada de mí.
   -¡Eres un creído! –exclamé.
   -Anda vámonos, Belén –dijo Jaime, tirándome de la mano.
   Fulminé una última vez con la mirada a Marcos y me fui con el chico por el que realmente estaba loca, sintiendo una mirada clavada en mi espalda hasta que salimos del patio.
   Cuando fui capaz de serenarme, me di cuenta de que Jaime seguía llevándome de la mano. Volvió a acelerárseme el corazón y me sonrojé de nuevo, esta vez por motivos muy distintos. Él iba sumido en sus pensamientos, así que no se dio cuenta de mi reacción, por suerte.
   -Oye, lo que ha dicho antes… -dije, preocupada al ver que tras caminar varios minutos en silencio seguía con el ceño fruncido.
   Pareció que le habían despertado de un sueño, porque se giró y me miró como si acabara de acordarse de que estaba con él, cogida de su mano.
   -No te preocupes –respondió sonriendo-, debe de creer que todas las chicas se tienen que enamorar de él.
   -Bueno, en parte tiene razón –comenté. Jaime me miró con gesto entre desconcertado, enfadado y decepcionado-. Tiene a todo el curso suspirando por sus huesos… excepto a mí, parece –me apresuré a aclarar.
   Jaime sonrió de nuevo y me apretó la mano con cariño.
   Suspiré y pensé que lo cierto era que llevábamos caminando de la mano desde que teníamos seis años, cuando yo había tenido que empezar a andar sin muletas tras una lesión y él me había cogido para darme seguridad. Desde entonces, era una costumbre para nosotros caminar así. No significaba lo mismo con él que con el resto de personas.
   Caminamos charlando animadamente acerca de los respectivos grupos que nos habían tocado a ambos aquel año. A él no le gustaba nada el suyo, estaba separado de Álvaro, su mejor amigo, de Julia… y de mí.
   Llegamos a la puerta de mi casa y me giré para despedirme.
   -¿Puedo subir? Hace mucho que no veo a tu madre ni a tu hermano –inquirió, mirándome intensamente.
   -No hay nadie en casa hasta tarde–contesté sorprendida; estaba casi segura de que lo había comentado en el recreo-. Pero sube igualmente, si quieres.
   -Sí, por favor.
   Subimos en el ascensor en un tenso silencio. ¿Podría sentir él la electricidad que parecía haber entre ambos tan claramente como la sentía yo?
   Llegamos, y abrí la puerta con la llave, tras un par de intentos: me temblaban ligeramente las manos. Entré, con él tras de mí y me giré para pedirle que cerrara la puerta, pero me topé con su mirada, tan cerca que me sorprendí. Cerró la puerta con el pie y me rodeó la cintura con los brazos, acercándome a él. Podía sentir su aliento sobre mi cara, y mi respiración se aceleró mientras él se iba acercando.
   Justo antes de que nuestros labios llegaran a rozarse, susurró:
   -Te quiero, Belén. Llevo años haciéndolo.                                           
   Y me besó. Embriagada por su aroma, le eché los brazos al cuello, apretándolo más contra mí.
   Avanzó por el pasillo, llevándome con él, aún besándome, hasta llegar a mi cuarto. No era la primera vez que había estado ahí. Había pasado aquí, con él, cientos de tardes jugando y riendo, a veces hasta discutiendo, pero nunca jamás como hoy. Me sentí emocionada.
   Me guió hasta la cama, donde nos dejamos caer los dos, entre risas, como tantas otras veces. Me abrazó muy fuerte y hundió la cabeza en mi hombro, suspirando contra mi clavícula.
   De pronto, recordé una cosa y me moví para intentar alcanzar una caja de colores que tenía sobre la mesilla, pero sus fuertes brazos me lo impedían.
   -¿Por favor? –pedí entre más risas.
   El aceptó, aflojando solo un poco, pero fue más que suficiente. Abrí la caja y comencé a sacar montones de papeles doblados, algunos tan antiguos que estaban rotos por las dobleces de tanto abrirlos y volver a cerrarlos.
   -¿Es eso lo que creo que es? –inquirió, incorporándose y pasándome un brazo por los hombros.
   -Sí.
   Abrí uno de los papeles que había dejado sobre mi regazo y leí.
   -“Querida Belén: feliz San Valentín. ¿Quieres ser mi novia?” Novia con “B”, ¿eh? –comencé a reírme.
   -Madre mía… ¡son las notitas que nos pasábamos en clase! Pero ¿cuántas tienes? Si hemos ido juntos toda la Primaria y primero de la ESO. ¿Las has guardado todas?
   -Sí, y las cartas de disculpa y felicitación también, ¡hasta las escritas con tinta invisible!
   Me apretó contra sí y me besó en la frente. Acto seguido tomó otra notita de mi regazo. Estaba quemada por algunos sitios y la letra era de un extraño color marrón.
   -Mira –susurró-, es una de las que te escribí con tinta de limón en quinto, cuando estuvimos saliendo una semana, ¿te acuerdas?
   -¿Cómo no me iba a acordar? Aquella semana ambos acabamos con todos los limones de nuestras casas. Recuerdo que le dábamos las cartas a nuestras madres para pasárnoslas, y como no queríamos que se enteraran de que estábamos saliendo decidimos escribirlas así.
   -Y hoy, seis años después, volvemos a salir. Espero que esta vez dure más de una semana.
   Se acercó de nuevo a mí para volver a besarme. Me tomó la cara entre las manos y me apartó el pelo de la frente. Justo cuando sus labios comenzaban a bajar por mi mandíbula y sus manos por mi espalda, se escuchó el sonido de la puerta principal al cerrarse. Me incorporé, sobresaltada y Jaime hundió la cabeza entre los cojines, soltando un gruñido.
   -¿Hola? –escuché la voz de mi hermano mientras iba hacia su habitación.- ¿Hay alguien?
   -Mierda, mi hermano. Se me olvidó que a lo mejor se suspendía el ensayo con el grupo porque el local está en obras –expliqué- ¡Hola Lucas!
   Salí de mi habitación colocándome el pelo con la mano, y, desgraciadamente, Jaime sintió la necesidad de salir detrás de mí.
   -Hola Belén –saludó. Luego, reparó en Jaime, y en su expresión molesta- Hola Jaime, ¿todo bien?
   -Todo perfecto –contestó él, sonriendo.
   -Jaime ya se iba, ha venido a por unos libros que me dejó hace tiempo –dije apresuradamente.
   -Ah, sí, voy dentro a cogerlos –dijo Jaime, siguiéndome el juego. Supuse que cogería cualquier libro.
   Cuando entró en la habitación, Lucas levantó una ceja y yo me sonrojé, confirmando sus sospechas. Comenzó a reírse y yo le di un puñetazo amistoso en el hombro a la vez que decía:
   -Oh, ¡cállate!
   Un instante después salía Jaime con una novela histórica que realmente me había dejado hacía ya tres años. Lo acompañé hasta el ascensor y cuando este llegó, me dio un beso de despedida antes de decir:
   -Mañana por la mañana vengo a buscarte, ¿vale?
   -Es que voy con Julia –dije, un poco dubitativa.
   -Ah, bueno, no te preocupes, nos vemos en el colegio. Llega pronto, ¿eh?
   Y cerró la puerta, dándole al botón de la planta baja. Me quedé mirando el lugar por el que acababa de marcharse unos instantes, hasta que entré corriendo en casa y cogí el teléfono, tecleando rápidamente el número de Julia.

sábado, 7 de enero de 2012

Capitulo 1.2

-En serio, no me creo aún que ese sea un alumno como tú y como yo. Y que encima vaya a nuestra clase, tampoco. –comentó Julia. Estábamos en el patio, bajo el porche donde dejábamos las mochilas, esperando a que sonara el timbre para iniciar una aburrida jornada.
   Habíamos llegado hacía cinco minutos, y en ese corto período de tiempo, Julia no había parado de buscar con la mirada, sin ningún disimulo, a la novedad de aquel curso. Hasta que no lo encontró no se quedó tranquila.
   Sabía que me estaba hablando sobre él, porque en toda la semana anterior había sido el único tema de conversación que había sido capaz de sacar: Marcos, el chico nuevo con apariencia de modelo y aires de persona importante. Este era el motivo por el que todas las chicas de la ESO, e incluso de Bachillerato, anduvieran tras él, suspirando cada vez que su mirada se topaba casualmente con la de alguna de ellas.
   -No es como tú y como y yo. Es un creído y un guarro –respondí sin siquiera levantar la mirada de mi teléfono.
   Al parecer, yo era la única con un poco de sentido común, la única que parecía darse cuenta de que uno de los principales motivos de ser guapo es creérselo… Y él andaba como si la Tierra girase a su alrededor en vez del Sol.
   -Tiene motivos para creérselo –concluyó Julia, mirándole descaradamente.
   Me digné a levantar la vista para echarle un vistazo. Llevaba el pelo negro corto despeinado, al menos aquella mañana. Desde luego se vestía bien, y hacía falta tener realmente buen gusto para que yo lo admitiera. Solía llevar pantalones ajustados con camisetas anchas, todo ello de marca. Fumaba, pero al parecer no le podían las adicciones y lo mismo se tiraba sin cigarros una semana. Sus ojos castaños a veces eran ocultados tras unas gafas de aviador negras, que combinaban perfectamente con su piel morena.
   -Puede, pero eso no le da derecho a comportarse como se comporta –repliqué volviendo de nuevo la vista a mi móvil-. Además, los prefiero como…
   -¿Cómo quién? –susurró una voz en mi oído.
   Me giré bruscamente, y mi corazón comenzó a latir desenfrenadamente cuando vi que Jaime estaba a pocos centímetros de mí. Sus ojos azules me miraban intensos y su sonrisa perfecta estaba dibujada sobre un rostro igualmente hermoso.
   -Como George Clooney, campeón –mentí dándole una palmadita en el hombro. Iba a decir “Como Jaime”, pero fui lo suficientemente rápida como para no quedar en evidencia.
    Le revolví el pelo negro con la mano a modo de saludo. Me giré de nuevo hacia el teléfono para apagarlo, ya que con el que había estado hablando ahora estaba a mi lado.
   -¿Pero tú sabes cuántos años tiene? ¿Y lo lejos que vive? Deberías buscar a alguien más cerca… -continuó el.
   Iba a contestar a su indirecta, pero justamente Julia escogió aquel momento para levantarse diciendo:
   -Este hombre me puede. Me voy a hablar con él.
   Y se marchó con paso decidido hacia el chico nuevo, dejándonos solos a Jaime y a mí. Lo miré a la cara, mientras él observaba a Julia acercarse con el desparpajo que la caracterizaba a Marcos.
   Conocía a Jaime desde que ambos éramos apenas unos bebés. Nuestras madres se conocían desde niñas, y nosotros llevábamos siendo amigos toda la vida. Mi madre lo trataba como a su sobrino favorito, pero, gracias a Dios, no era mi primo. Dudaba mucho que se pudiera pensar en un primo de la manera en que pensaba yo en Jaime.
   -¿Quién es esta vez? –inquirió él, devolviéndome a la realidad.
   -Marcos –respondí, lacónica.
   -Me saca de quicio ese tío, en serio. No puedo con él.
   Observamos cómo Julia hablaba animadamente con él y cómo, de pronto, me señalaba. Marcos giró la cabeza con aire de superioridad para mirarme. Me observó fijamente apenas unos segundos. Por un momento me dio la sensación de que ponía cara de sorpresa, pero sonrió y se dio la vuelta de nuevo, así que, mientras me disponía a ir a clase junto a Jaime, decidí que lo habría imaginado.

Capítulo 1.1

Belén



E
L insistente sonido del despertador me sacó de mi sueño. Como siempre. Me cubrí la cabeza con la almohada, intentando apagar ese sonido que todas las mañanas me sacaba de la comodidad de la cama a la rudeza del mundo exterior, y lo que es peor, del colegio.
   Suspiré resignada mientras me levantaba y echaba una ojeada al caos que era mi habitación, en busca de la bata. Una vez me la hube puesto, me dirigí como un autómata hacia el salón, escuchando ya la televisión y oliendo a tostadas.
   -Buenos días, Belén. –me saludó mi hermano Lucas, sentado en la mesa desayunando.
   Gruñí como única respuesta, aún dormida, mientras me sentaba frente a mi tazón de cereales.
 Lucas terminó su tostada antes de que yo me comiera la mitad mis cereales, que masticaba lentamente, alargando el momento de irme, por si surgía algún imprevisto que me obligara a quedarme.
   En vista de que aquel esperado milagro no llegaba, decidí levantarme y proceder a arreglarme, porque si iba a ir al colegio, más me valía no llegar tarde.
   Cerré la puerta de mi habitación y abrí la del armario, pensando en qué ponerme, el dilema de cada día. Me quedaba contemplando la ropa colgada en las perchas y abría los cajones, revolvía entre los zapatos y me probaba dos o tres conjuntos antes de decidirme por uno.
   Cuando ya había elegido el que me pondría ese día, llamaron al timbre. Salí corriendo hacia la puerta, adelantando a mi madre, que me miró con cara de “Para lo que te interesa mira qué despierta estás”
   Abrí la puerta y mi mejor amiga entró como un huracán haciendo que me apartara para no ser arrollada.
   -¡Llevo media hora abajo! –exclamó Julia, obviamente exagerando. Probablemente no llevara más de cinco minutos- ¿Pero se puede saber qué estás haciendo?
   -Arreglarme –respondí yendo hacia el baño y peinándome. Como era de suponer, ella me siguió, todavía cabreada, murmurando cosas sin sentido acerca de cómo me iba a enseñar a arreglarme.
   -Anda, cállate ya que casi estoy.
   -¿Casi? ¡Más te vale! No quiero llegar tarde la segunda semana. Ya he batido mi récord de puntualidad: en toda la semana anterior llegué pronto. No quiero que por tu culpa se acabe mi racha de estudiante modelo.
   Solté una carcajada.
   -¿Estudiante modelo? Pero si ya has estado con todos los profesores que tenemos este año, te tienen más que calada.
   -Siempre se puede dar la sensación de que intentas cambiar–contestó encogiéndose de hombros.
   Sonreí negando con la cabeza mientras ella comenzó a revolver entre mis cajones y a coger todo objeto de su interés, para posteriormente usarlo.
   -¿Has terminado de destrozar mi baño? –inquirí, divertida y acostumbrada.- Como si mi madre no tuviera suficiente con mi propio desorden…
   -Algo tendré que hacer, ¿no? ¡No pretenderás que espere con los brazo cruzados!
   -Anda, vámonos, que ya estoy lista.
   Salimos del baño y mientras yo cogía el abrigo y la mochila ella llamaba al ascensor. Siempre era así: yo que tardaba demasiado y la hacía esperar y ella que se adelantaba, impacientaba y auto invitaba a mi casa. Desde hacía siete años no había cambiado lo más mínimo, y esperaba que siguiera así por lo menos otros siete.

Presentación de la novela

Esta novela trata acerca de Belén, una chica con una vida perfecta. Pero se cruzará con un chico y su vida dará un vuelco inesperado no solo cuando lo conoce, sino cuando, sin ningún motivo aparente, alguien experimenta con ella y, súbitamente, da comienzo a su nueva vida llena de riesgos y nuevas experiencias con las que nunca había llegado a soñar.


Esta es una novela romántica, pero, a la vez, he querido añadirle un cierto toque de acción convirtiéndola, además, en una novela fantástica. Espero que os guste.