martes, 10 de enero de 2012

Capítulo 1.3

   A la salida de clase, estaba esperando pacientemente a que bajara Jaime para irnos juntos a casa. Julia ya se había marchado porque tenía médico y su madre se la llevaba en coche.
   Tecleaba rápidamente en mi móvil cuando alguien pasó a mi lado y me susurró en el oído:
   -¿Nadie te ha dicho nunca lo guapa que eres?
   Me giré rápidamente, roja como un tomate, sabiendo de antemano que el que me había hablado no era Jaime, el único del que habría querido escuchar semejantes palabras. Me topé con unos ojos marrones que me miraban divertidos, y una sonrisa descarada a tan solo unos cuantos centímetros de mí.
   Sentí cómo se me había acelerado el corazón por el susto, o al menos eso me dije. Conseguí tranquilizarme y lo miré desafiante.
   -¿Y a ti nadie te ha dicho nunca que tanta idiotez no es buena?
   Marcos rió despreocupadamente, y me dieron ganas de darle una bofetada. Iba a la misma clase que yo y, en tan solo una semana, había conseguido que no lo soportara. No me molestaba que contestara a los profesores o que no hiciera caso de absolutamente nada de lo que le decían, de hecho, me hacía gracia. Lo que no soportaba era ese detestable aire de superioridad con que trataba a todas las personas con las que lo había visto relacionarse. Curiosamente, la única excepción era Julia, con la que había empezado a llevarse sorprendentemente bien desde aquella mañana, para deleite de mi mejor amiga y envidia del resto del alumnado femenino.
   -Lo cierto es que me lo dicen a menudo.
   -No me extraña –respondí dándome la vuelta y buscando a Jaime con la mirada. Acababa de ver pasar a dos chicos de su clase.
   -No te pareces en nada a tu amiga, ¿eh? Julia y tú sois completamente distintas –comentó Marcos, que se había puesto delante de mí, tapándome la vista de la escalera por la que continuaban bajando más alumnos.
   -¿Y en qué te basas para decir eso? Ni siquiera me conoces –contesté mirándolo de nuevo, exasperada.
   -No sé, ella es muy simpática. Tú, en vez de dieciséis, parece que tienes cuarenta y séis. ¿No te cansas de ser tan seria?
   Lo fulminé con la mirada, empezando a enfadarme de verdad.
   -Para empezar, no tienes ni idea de cómo soy. Y sí, Julia es, para ser exactos, tan simpática que, fíjate por dónde, es mi mejor amiga desde hace siete años. Entiendo que sea la única persona del colegio a la que te dignas a mirar a la cara y a tratar como si no tuviera que besar el suelo en que pisas. Lo que no entiendo es cómo puede soportarte, yo soy incapaz.
   -¿Belén? –escuché la voz de Jaime junto a mí.
   Lo miré y me di cuenta de que estaba muy cerca de Marcos, con las mejillas encendidas y las manos cerradas en puños. Noté la mano de Jaime en mi cintura y cómo me separaba de Marcos, para acercarse él.
   -¿Tienes algún problema con ella?
   -Pues mira, sí: quizá ella no quiera admitirlo, pero está loca por mí –contestó Marcos, divertido, sin apartar la mirada de mí.
   -¡Eres un creído! –exclamé.
   -Anda vámonos, Belén –dijo Jaime, tirándome de la mano.
   Fulminé una última vez con la mirada a Marcos y me fui con el chico por el que realmente estaba loca, sintiendo una mirada clavada en mi espalda hasta que salimos del patio.
   Cuando fui capaz de serenarme, me di cuenta de que Jaime seguía llevándome de la mano. Volvió a acelerárseme el corazón y me sonrojé de nuevo, esta vez por motivos muy distintos. Él iba sumido en sus pensamientos, así que no se dio cuenta de mi reacción, por suerte.
   -Oye, lo que ha dicho antes… -dije, preocupada al ver que tras caminar varios minutos en silencio seguía con el ceño fruncido.
   Pareció que le habían despertado de un sueño, porque se giró y me miró como si acabara de acordarse de que estaba con él, cogida de su mano.
   -No te preocupes –respondió sonriendo-, debe de creer que todas las chicas se tienen que enamorar de él.
   -Bueno, en parte tiene razón –comenté. Jaime me miró con gesto entre desconcertado, enfadado y decepcionado-. Tiene a todo el curso suspirando por sus huesos… excepto a mí, parece –me apresuré a aclarar.
   Jaime sonrió de nuevo y me apretó la mano con cariño.
   Suspiré y pensé que lo cierto era que llevábamos caminando de la mano desde que teníamos seis años, cuando yo había tenido que empezar a andar sin muletas tras una lesión y él me había cogido para darme seguridad. Desde entonces, era una costumbre para nosotros caminar así. No significaba lo mismo con él que con el resto de personas.
   Caminamos charlando animadamente acerca de los respectivos grupos que nos habían tocado a ambos aquel año. A él no le gustaba nada el suyo, estaba separado de Álvaro, su mejor amigo, de Julia… y de mí.
   Llegamos a la puerta de mi casa y me giré para despedirme.
   -¿Puedo subir? Hace mucho que no veo a tu madre ni a tu hermano –inquirió, mirándome intensamente.
   -No hay nadie en casa hasta tarde–contesté sorprendida; estaba casi segura de que lo había comentado en el recreo-. Pero sube igualmente, si quieres.
   -Sí, por favor.
   Subimos en el ascensor en un tenso silencio. ¿Podría sentir él la electricidad que parecía haber entre ambos tan claramente como la sentía yo?
   Llegamos, y abrí la puerta con la llave, tras un par de intentos: me temblaban ligeramente las manos. Entré, con él tras de mí y me giré para pedirle que cerrara la puerta, pero me topé con su mirada, tan cerca que me sorprendí. Cerró la puerta con el pie y me rodeó la cintura con los brazos, acercándome a él. Podía sentir su aliento sobre mi cara, y mi respiración se aceleró mientras él se iba acercando.
   Justo antes de que nuestros labios llegaran a rozarse, susurró:
   -Te quiero, Belén. Llevo años haciéndolo.                                           
   Y me besó. Embriagada por su aroma, le eché los brazos al cuello, apretándolo más contra mí.
   Avanzó por el pasillo, llevándome con él, aún besándome, hasta llegar a mi cuarto. No era la primera vez que había estado ahí. Había pasado aquí, con él, cientos de tardes jugando y riendo, a veces hasta discutiendo, pero nunca jamás como hoy. Me sentí emocionada.
   Me guió hasta la cama, donde nos dejamos caer los dos, entre risas, como tantas otras veces. Me abrazó muy fuerte y hundió la cabeza en mi hombro, suspirando contra mi clavícula.
   De pronto, recordé una cosa y me moví para intentar alcanzar una caja de colores que tenía sobre la mesilla, pero sus fuertes brazos me lo impedían.
   -¿Por favor? –pedí entre más risas.
   El aceptó, aflojando solo un poco, pero fue más que suficiente. Abrí la caja y comencé a sacar montones de papeles doblados, algunos tan antiguos que estaban rotos por las dobleces de tanto abrirlos y volver a cerrarlos.
   -¿Es eso lo que creo que es? –inquirió, incorporándose y pasándome un brazo por los hombros.
   -Sí.
   Abrí uno de los papeles que había dejado sobre mi regazo y leí.
   -“Querida Belén: feliz San Valentín. ¿Quieres ser mi novia?” Novia con “B”, ¿eh? –comencé a reírme.
   -Madre mía… ¡son las notitas que nos pasábamos en clase! Pero ¿cuántas tienes? Si hemos ido juntos toda la Primaria y primero de la ESO. ¿Las has guardado todas?
   -Sí, y las cartas de disculpa y felicitación también, ¡hasta las escritas con tinta invisible!
   Me apretó contra sí y me besó en la frente. Acto seguido tomó otra notita de mi regazo. Estaba quemada por algunos sitios y la letra era de un extraño color marrón.
   -Mira –susurró-, es una de las que te escribí con tinta de limón en quinto, cuando estuvimos saliendo una semana, ¿te acuerdas?
   -¿Cómo no me iba a acordar? Aquella semana ambos acabamos con todos los limones de nuestras casas. Recuerdo que le dábamos las cartas a nuestras madres para pasárnoslas, y como no queríamos que se enteraran de que estábamos saliendo decidimos escribirlas así.
   -Y hoy, seis años después, volvemos a salir. Espero que esta vez dure más de una semana.
   Se acercó de nuevo a mí para volver a besarme. Me tomó la cara entre las manos y me apartó el pelo de la frente. Justo cuando sus labios comenzaban a bajar por mi mandíbula y sus manos por mi espalda, se escuchó el sonido de la puerta principal al cerrarse. Me incorporé, sobresaltada y Jaime hundió la cabeza entre los cojines, soltando un gruñido.
   -¿Hola? –escuché la voz de mi hermano mientras iba hacia su habitación.- ¿Hay alguien?
   -Mierda, mi hermano. Se me olvidó que a lo mejor se suspendía el ensayo con el grupo porque el local está en obras –expliqué- ¡Hola Lucas!
   Salí de mi habitación colocándome el pelo con la mano, y, desgraciadamente, Jaime sintió la necesidad de salir detrás de mí.
   -Hola Belén –saludó. Luego, reparó en Jaime, y en su expresión molesta- Hola Jaime, ¿todo bien?
   -Todo perfecto –contestó él, sonriendo.
   -Jaime ya se iba, ha venido a por unos libros que me dejó hace tiempo –dije apresuradamente.
   -Ah, sí, voy dentro a cogerlos –dijo Jaime, siguiéndome el juego. Supuse que cogería cualquier libro.
   Cuando entró en la habitación, Lucas levantó una ceja y yo me sonrojé, confirmando sus sospechas. Comenzó a reírse y yo le di un puñetazo amistoso en el hombro a la vez que decía:
   -Oh, ¡cállate!
   Un instante después salía Jaime con una novela histórica que realmente me había dejado hacía ya tres años. Lo acompañé hasta el ascensor y cuando este llegó, me dio un beso de despedida antes de decir:
   -Mañana por la mañana vengo a buscarte, ¿vale?
   -Es que voy con Julia –dije, un poco dubitativa.
   -Ah, bueno, no te preocupes, nos vemos en el colegio. Llega pronto, ¿eh?
   Y cerró la puerta, dándole al botón de la planta baja. Me quedé mirando el lugar por el que acababa de marcharse unos instantes, hasta que entré corriendo en casa y cogí el teléfono, tecleando rápidamente el número de Julia.