sábado, 7 de enero de 2012

Capítulo 1.1

Belén



E
L insistente sonido del despertador me sacó de mi sueño. Como siempre. Me cubrí la cabeza con la almohada, intentando apagar ese sonido que todas las mañanas me sacaba de la comodidad de la cama a la rudeza del mundo exterior, y lo que es peor, del colegio.
   Suspiré resignada mientras me levantaba y echaba una ojeada al caos que era mi habitación, en busca de la bata. Una vez me la hube puesto, me dirigí como un autómata hacia el salón, escuchando ya la televisión y oliendo a tostadas.
   -Buenos días, Belén. –me saludó mi hermano Lucas, sentado en la mesa desayunando.
   Gruñí como única respuesta, aún dormida, mientras me sentaba frente a mi tazón de cereales.
 Lucas terminó su tostada antes de que yo me comiera la mitad mis cereales, que masticaba lentamente, alargando el momento de irme, por si surgía algún imprevisto que me obligara a quedarme.
   En vista de que aquel esperado milagro no llegaba, decidí levantarme y proceder a arreglarme, porque si iba a ir al colegio, más me valía no llegar tarde.
   Cerré la puerta de mi habitación y abrí la del armario, pensando en qué ponerme, el dilema de cada día. Me quedaba contemplando la ropa colgada en las perchas y abría los cajones, revolvía entre los zapatos y me probaba dos o tres conjuntos antes de decidirme por uno.
   Cuando ya había elegido el que me pondría ese día, llamaron al timbre. Salí corriendo hacia la puerta, adelantando a mi madre, que me miró con cara de “Para lo que te interesa mira qué despierta estás”
   Abrí la puerta y mi mejor amiga entró como un huracán haciendo que me apartara para no ser arrollada.
   -¡Llevo media hora abajo! –exclamó Julia, obviamente exagerando. Probablemente no llevara más de cinco minutos- ¿Pero se puede saber qué estás haciendo?
   -Arreglarme –respondí yendo hacia el baño y peinándome. Como era de suponer, ella me siguió, todavía cabreada, murmurando cosas sin sentido acerca de cómo me iba a enseñar a arreglarme.
   -Anda, cállate ya que casi estoy.
   -¿Casi? ¡Más te vale! No quiero llegar tarde la segunda semana. Ya he batido mi récord de puntualidad: en toda la semana anterior llegué pronto. No quiero que por tu culpa se acabe mi racha de estudiante modelo.
   Solté una carcajada.
   -¿Estudiante modelo? Pero si ya has estado con todos los profesores que tenemos este año, te tienen más que calada.
   -Siempre se puede dar la sensación de que intentas cambiar–contestó encogiéndose de hombros.
   Sonreí negando con la cabeza mientras ella comenzó a revolver entre mis cajones y a coger todo objeto de su interés, para posteriormente usarlo.
   -¿Has terminado de destrozar mi baño? –inquirí, divertida y acostumbrada.- Como si mi madre no tuviera suficiente con mi propio desorden…
   -Algo tendré que hacer, ¿no? ¡No pretenderás que espere con los brazo cruzados!
   -Anda, vámonos, que ya estoy lista.
   Salimos del baño y mientras yo cogía el abrigo y la mochila ella llamaba al ascensor. Siempre era así: yo que tardaba demasiado y la hacía esperar y ella que se adelantaba, impacientaba y auto invitaba a mi casa. Desde hacía siete años no había cambiado lo más mínimo, y esperaba que siguiera así por lo menos otros siete.