Durante aquella semana,
Marcos empezó a cumplir su promesa de ayudarme en mi relación con Jaime.
Durante los patios, él y Julia (que seguía sin entender por qué lo había dejado
en un principio para luego volver con él) se dedicaban a darme consejos de lo
más contradictorios.
Marcos era de la
opinión de que debía tomarme mi tiempo, simulando estar enamorándome de nuevo,
para no confundir tanto a Jaime. Si llegaba de pronto y le decía que había
vuelto a cambiar de opinión, no entendería nada. Sin embargo, si pasaba más
ratos con él, igual que antes, quizás llegaría a la conclusión de que me había
precipitado a la hora de romper y había servido para darme cuenta de lo que
realmente sentía por él.
Por otro lado, Julia
pensaba que tantas complicaciones no eran necesarias. Si llegaba y lo besaba,
él no se iba a apartar y todo volvería a ser como antes. Porque, según ella,
Jaime estaba irremediablemente enamorado de mí y me consentiría todas las
tonterías que pudiera cometer.
No pude evitar reírme
cuando ambos empezaron a discutir, cada uno defendiendo su respectiva postura.
Marcos argumentaba que él era chico, y que sabía perfectamente cómo actuarían
él y cualquier otro ante las diferentes situaciones. Julia replicó diciendo que
había estado con chicos mucho más masculinos de lo que Marcos llegaría a ser
jamás.
-¡Belén! No te rías y
dile que tengo razón –me ordenó Julia.
-No puede, porque no la
tienes –zanjó Marcos.
Suspiré y me levanté
del frío suelo de piedra.
-Sois tal para cual.
Me marché, dejándolos a
ambos con la palabra en la boca, y me dirigí a donde estaba Jaime con Álvaro de
Miguel, su mejor amigo. Comencé a hablar con ellos animadamente el resto del
recreo. De reojo pude observar cómo Marcos y Julia me miraban, orgullosos de su
trabajo.
Con
pequeños gestos como aquel, conseguí
retomar la relación de amistad con Jaime, que, como pude comprobar aliviada,
seguía intacta. Durante varias semanas, estaba con él casi todos los momentos
que teníamos libres, a veces con Álvaro o con Julia delante, pero mayormente
solos. Aquello me daba muchas esperanzas de que, si volvía a intentarlo, podría
funcionar. Así que decidí utilizar la estrategia de Marcos, aunque, evidentemente,
no le dije nada a Julia.
-Cariño, ¿por qué no
invitamos a los Vargas? –preguntó mi madre distraídamente mientras miraba
detenidamente el escaparate de la sección de carnicería.
La miré suspicaz un
instante mientras dejaba caer cuatro bolsas de patatas en el carro de la
compra.
-¿Y eso? –inquirí.
-No sé –comentó
encogiéndose de hombros, con gesto inocente-. Después de tanto tiempo, quizás
deberíamos. Jaime y tú siempre habéis sido muy buenos amigos, ¿no?
Y me lanzó una mirada
capaz de desarmar a cualquiera. Agaché la cabeza al tiempo que me ponía roja.
Estaba claro que a mi madre no se le habían pasado por alto nuestros vaivenes
amorosos.
Pero, ¿por qué iba a
invitarlos a la comida familiar aquel fin de semana? Siempre, a finales de
noviembre, realizábamos una reunión en una casa que teníamos en la sierra y, a
pesar de todos los años de amistad, Jaime y su familia nunca habían venido.
Nunca se me había ocurrido pensar en ello, ya que solo venían mis tíos, primos
y abuelos, y jamás habían mencionado el hecho de que, posiblemente, los Vargas
fueran más cercanos que algunos de mis parientes.
La idea de que vinieran
me apetecía mucho. No solo por poder pasar un día en compañía de Jaime, sino
porque para mí, aquella celebración siempre había sido más bien aburrida, ya
que era la mayor con diferencia de todos los primos y no había nadie de mi
edad.
-¿Por qué no?
–contesté, encogiéndome de hombros, fingiendo indiferencia.
-Pues llámales, ¿vale?
Asentí y me di la
vuelta, sonriendo. Saqué corriendo el móvil y tecleé de memoria el número de la
casa de Jaime.
-¿Diga? –respondió
María, su madre.
-¡Hola, María! Soy
Belén Vidal. ¿Hacéis algo este fin de semana?
-No, la verdad es que
no teníamos nada pensado. ¿Por qué lo preguntas?
-Nos preguntábamos si
querríais venir a la comida en Segovia, la que hacemos cada año.
-Yo creía que eso lo
hacíais con la familia.
-¡Está claro que
vosotros también sois de la familia!
Hubo una breve pausa,
en la cual pude sentir que María estaba sonriendo.
-Sí, claro que sí.
Muchas gracias por la invitación, díselo a tu madre, ¿de acuerdo?
Nos despedimos, y
colgué el teléfono. Puse un mensaje a Julia, pidiéndole quedar en media hora y
así planear qué hacer durante aquel día que pasaría con él.
-¿Y bien? –dijo mi
madre- ¿Vienen?
Me di la vuelta y me di
cuenta de que se había fijado en mi reacción, en mi felicidad al saber que
Jaime venía.
-Sí –contesté,
fingiendo indiferencia.
Conseguí escabullirme y
evadir su mirada cuando mi móvil comenzó
a vibrar y vi el nombre de mi mejor amiga en la pantalla. Apreté el botón verde
y las dos comenzamos a hablar a la vez, sin enterarnos ninguna de lo que decía la
otra. Acostumbrada a que nos pasara eso,
dejé que hablara Julia primero.
-No te lo vas a creer,
¡Marcos me ha pedido quedar esta tarde él y yo solos! Y no sé qué hacer, ni qué
ponerme…
Siguió hablando, pero
yo ya no escuchaba. Se me había abierto la boca de par en par. No me podía
creer que, después de las largas conversaciones que había tenido con él, no se
me hubiera ocurrido preguntarle qué le parecía Julia. Y ahora me enteraba que
quizás estuviera interesado en ella, porque si no, no le hubiera pedido quedar
a solas, eso estaba claro.
-¿Estás ahí?
Me centré, volviendo a
mi conversación con Julia.
-Sí, sí –contesté- ¿Y
dices que habéis quedado en media hora? ¿Dónde? ¿Y cuándo y cómo ha surgido?
Comenzó a contarme,
mientras yo le hacía señas a mi madre, diciéndole que salía fuera para poder
hablar más tranquilamente. Al parecer, llevaban varios días hablando mucho, y
según Julia había “química” entre ellos. Así que, finalmente, Marcos le había
pedido aquella inesperada cita. Terminó de contarme y colgó, muy acelerada por
cómo se iba a vestir para aquella tarde.
Salí del supermercado y
me subí la cremallera del abrigo hasta arriba cuando una ráfaga de aire frío me
golpeó en la cara. Ya estábamos casi en diciembre y se notaba en el clima.
Suspiré y pensé en lo rápido que se me habían pasado aquellos meses: parecía
que había sido ayer cuando salía todo el día con Julia, con nuestros vestidos
de verano, sin ninguna clase de preocupación más allá de de planear lo que
íbamos a hacer al día siguiente.
Sin embargo, ahora era
una persona completamente distinta a la que había sido meses atrás, con
secretos para todos salvo Marcos, un chico al que hacía poco menos de un mes no
podía ni ver.
Y Jaime… Jaime era
ahora la única persona que conseguía que me olvidara de todo, que me sintiera
como una chica normal, y me aferraba a él como única forma de continuar, al
menos, con una parte de mi antigua vida. Y, es que, hasta entonces, la correspondiente
a Julia, también había permanecido intacta, pero siempre habíamos sido ella y
yo, sin nadie más entre nosotras que pudiera separarnos. Ahora, en cambio, la
posibilidad de que mi mejor amiga comenzara a salir con Marcos, me hacía pensar
que, quizás, nuestra amistad se debilitara, ya que muchas veces, cuando dos
personas empezaban a salir, vivían el uno para el otro, olvidándose
prácticamente de sus amigos.
En realidad, no me
planteaba realmente que con Julia fuera a suceder aquello, que por un simple
chico se deteriorara una amistad que había durado siete años. Sin embargo,
últimamente parecía que todo lo que nunca hubiera pensado que pudiera cambiar,
había cambiado.
-No- dije firmemente en
voz alta, obligándome a alejar aquellos lúgubres pensamientos.
Si nada había
conseguido separarme de Julia en todo aquel tiempo, mi breve relación con Jaime
incluida, la suya con Marcos tampoco lo haría. De hecho, debía alegrarme por
ella por haber encontrado a alguien especial, igual que ella se había alegrado
por mí cuando me había dado cuenta de lo que sentía por Jaime.
Suspiré y me metí en el
ascensor, esperando pacientemente hasta que volvieron a abrirse las puertas.
Saqué las llaves del bolso y las introduje en la cerradura, entrando en casa.
-¿Hola? –pregunté para
ver si había alguien.
Nadie contestó, y
supuse que Lucas no llegaría hasta tarde, ya que había quedado con su novia, y
mi padre estaba en París por negocios, en la ciudad del amor. Suspiré, y pensé
que parecía que el universo se había puesto de acuerdo para recordarme que todo
el mundo estaba con alguien, o felizmente libre de preocupaciones, mientras que
yo me sentía como una extraña perdida en una realidad de locos.
¿Qué me pasaba? ¿Por
qué estaba de este humor, tan alicaída? Quizás fuera otra más de las
consecuencias de aquel indeseable experimento, y me apunté preguntarle a Marcos
si a él también le sucedía lo mismo.
Noté mi móvil vibrar en
el bolsillo y vi que mi madre me llamaba.
-Belén, me he
encontrado con María, y ha insistido en invitarme a cenar para que le cuente
con más detalle lo de la reunión en Segovia, ¿te importa cenar sola?
-No, mamá –murmuré.
Entonces, una idea me
vino a la cabeza.
-Bueno –añadí-, a lo
mejor salgo un rato a dar una vuelta, ¿vale?
Mi madre se mostró
preocupada y casi pude notar cómo fruncía el ceño.
-¿Con quién? ¿A dónde?
-No sé, ya me
encontraré a alguien, ¿sí?
Empezó a protestar, pero
la corté.
-Mamá, en febrero
cumplo dieciocho años, ya voy siendo mayorcita.
-De acuerdo, pero no
vuelvas tarde, y mantenme informada de dónde estás.
-Tranquila mamá, un
beso.
-Un beso, cariño.
Colgué y me fui directa
a mi habitación, dispuesta a ir de bares por el centro. Si mi nuevo cuerpo
estaba decidido a deprimirme, yo estaba decidida a no dejarle hacerlo, y no se
me ocurría nada mejor que salir y conocer gente…gente normal.
Me puse el vestido más
sexy que tenía, con unos tacones altos negros y una americana a juego,
dispuesta a arrasar. Me maquillé solo un poco, intentando resaltar ligeramente
mis ojos grises, y me recogí el pelo en una trenza suelta.
Cogí el bolso y, antes
de salir, me dirigí a un pequeño armario que había en el salón. Lo abrí, y ante
mis ojos aparecieron botellas de todos los tipos de alcohol. Medité unos
instantes, hasta que cogí una de whisky. Tomé un vaso pequeño de la cocina lo
llené hasta el borde y, de una, me lo bebí.
Iba a salir de fiesta y
me iba a divertir, para demostrarme a mí misma y a los demás que no necesitaba
a ningún hombre para pasármelo bien. “Y para no pensar en que Marcos y Julia
ahora mismo están juntos” dijo una vocecita en mi cabeza.
Volví a llenar el vaso
hasta arriba, dudando que fuera a afectarme en absoluto debido a mi cuerpo
alterado genéticamente. Dediqué un breve pensamiento a mis dos amigos, deseando
que se lo estuvieran pasando bien. Alcé el vaso, y volví a bebérmelo entero,
mezclando el ardor del chupito anterior con este.
-Que viva a los novios
–dije con una sonrisa torcida.
Cogí el bolso y salí de
casa, cerrando de un portazo.
aiss me hubiese gustado que llamase a jaime , muy chulo a ver si esta pronto el siguiente ^^
ResponderEliminarme encanta
jajajaja ya se verá qué pasa ;)
ResponderEliminarMuchas graciaaaas! :)